sábado, 28 de abril de 2007

Mi amigo Rafael Vallbona está desde ayer pedaleando por el desierto


No es la primera vez que Rafa, mi amigo de toda la vida, aparece en este espacio por alguna de las múltiples actividades que desarrolla.
En esta ocasión, como cuando vino hace unas semanas a Extremadura, la razón es el ciclismo, una de sus grandes pasiones.
Ayer comenzó por tierras marroquíes del desierto del Sahara, la segunda edición de la Titan Desert.
Como recoge el diario deportivo Sport, serán cinco los días de competición y el recorrido no tendrá nada que ver con el del año anterior y será totalmente inédito. Se busca todos los contrastes de Marruecos y valorará la capacidad de orientarse de los participantes, que deberán recorrer cerca de 400 kilómetros por tierras desérticas, destacando la etapa reina entre Landouare y Ramila, de unos 120 kilómetros, que supondrá una máxima exigencia física ya que trascurrirá por un duro tramo de pista de arena, en donde es muy difícil pedalear.
Este es el reto al que desde ayer se enfrenta Rafa, acompañado por Llorenç Pros, su compañero se travesías ciclistas, con el que me visito hace pocas semanas para nuestra anual pedalada por tierras extremeñas.
Pero Rafa, además del reto deportivo, como periodista y escritor que es, también busca otras cosas en este viaje, del que va a dar testimonio diario en las páginas del diario La Vanguardia.
Así explicaba parte de sus sensaciones previas en el comentario publicado a principios de esta semana: “La intención de la Titan Desert, al menos en estas primeras ediciones, es que la competición y la pugna deportiva se compaginen con momentos mágicos como los que describió el autor norteamericano. El ciclista que no vuelva a casa habiendo hallado algún tesoro de esta índole habrá perdido más que el último clasificado. Al día siguiente, todos, del líder al farolillo rojo,tendrán que volver a sus trabajos en la loca civilización occidental. De nada serviría dejarse las piernas pedaleando si no se es capaz de asumir una experiencia de calibre humano y emocional
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lunes, 16 de abril de 2007

Trabajar no es un juego


Cuando uno tiene un número de libros relativamente importante, sin que con ello quiera decir que poseo una gran biblioteca, a veces se lleva agradables sorpresas con el redescubrimiento de alguna obra que tenía perdida o poco presente.
Esto me ha pasado este fin de semana, en el que buscando un libro que no he encontrado, he hallado otro del que ya no me acordaba y que es un auténtico gustazo, tanto por su contenido literario, como por el gráfico.
Se trata de Trabajar no es un juego, libro editado en noviembre de 1997 por la Fundación CEAR (Consejo de Apoyo a los Refugiados), en colaboración con las editoriales DEBATE y Planeta, con el objetivo de recaudar fondos para diversos proyectos de la fundación.
El libro también formaba parte de la campaña de sensibilización y denuncia sobre la situación de los millones de niños de todo el mundo que se ven obligados a trabajar.
Como decía antes, el contenido es de auténtico lujo, tanto en lo literario, como en lo gráfico. Incluye poemas, cuentos y narraciones breves de autores como Rafael Alberti, Julio Cortazar, José Agustín Goytisolo, Manuel Vázquez Montalban, Juan Carlos Onetti, Gonzalo Torrente Ballester o Fernando Fernán Gómez. Y las ilustraciones pertenecen a algunos de los mejores dibujantes de historietas, como Max, Quino, Roser Capdevila, Emilio Urberuaga, Joseph María Rius, Pep Montserrat, Montse Ginesta, etc.
Como guinda el libro está acompañado de un CD en el que se incluyen seis de los cuentos leídos por voces tan conocidas como las de Gemma Nierga, Fernando G. Delgado, Ángeles Caso, Paco Lobatón, Vicente Romero e Iñaki Gabilondo.

martes, 10 de abril de 2007

Auteuil, un descubrimiento sorprendente en un París deslumbrante


Los días de Semana Santa han supuesto un oasis de asueto familiar que en compañía de mi mujer e hija he disfrutado en París.
Ha sido la tercera ocasión que he visitado la “Ciudad de la Luz” y sin duda la que más he disfrutado.
Por fin, sin la urgencia apremiante que a veces se tiene cuando se quiere ver todo en poco tiempo, he tenido la sensación de que me hacía con la ciudad, de que la interiorizaba y era capaz de aprehenderla.
Los días han servido para gozar tranquilamente, sin excesivos agobios ni aglomeraciones, de la exposición temporal que el Louvre ha organizado en torno a la figura de Praxíteles y de su influencia en el arte escultórico. Y más que el disfrute propio, la satisfacción de ver como mi hija, a sus 12 años, se interesaba, aprendía y al tiempo nos enseñaba, con la contemplación de las copias, versiones e imitaciones de la Afrodita de Cnido, del Apolo Sauróctono o del Hermes de Olimpia.
Boulevard Saint Michel, Saint Germain des Prés, l’Île de la Cité, Boulevard des Capucines, Ópéra, Boulevard Haussmann, Tullerías, el Museo de Orsay, la Torre Eiffel, las riberas del río Sena, etc., son algunos de los lugares que visitamos estos días. Aunque algunos de ellos ya los conocíamos, hacía 14 años que estuvimos por última vez y nos sonaron a nuevos, a diferentes y renovados, sin perder por ello las esencias que hacen a París una ciudad especial.
Ahora bien, la gran sorpresa, el descubrimiento inesperado, ha sido la zona de Auteuil, situada en la orilla derecha del Sena, aguas abajo de los jardines del Trocadero.
Una zona realmente tranquila, de amplias aceras, con algunos de los más notables edificios Art Nouveau de París. Paseando por sus calles, en muchos momentos uno tenía la impresión de estar por el Ensanche barcelonés.
De entre los muchos inmuebles singulares, destaca en el número 14 de la Rue La Fontaine el llamado Castel Berenger, una de las obras cumbre de Héctor Guimard, uno de los más importantes arquitectos franceses que cultivó este estilo, a caballo entre los siglos XIX y XX (la fotografía muestra la puerta de la fachada principal del edificio).
Curiosamente en la zona también se halla la fundación dedicada a otro arquitecto, Le Corbusier, cuya trayectoria supuso la antítesis de los postulados que defendía el Art Nouveau.En definitiva, unos fantásticos días en París que han servido para recargar las pilar, anímica y estéticamente, ante los intensos meses que se avecinan. Por cierto, otro día hablaré del descubrimiento de la Rue Dante y sus tiendas de tebeos.