domingo, 8 de julio de 2007

La última partida, de Didier Comés

1944, la batalla de las Ardenas, el último y desesperado intento de la Alemania nazi para dar la vuelta al signo de una guerra que ya tenía en franca desventaja, una posición de avanzadilla de las tropas estadounidenses en la que se mezclan veteranos provenientes de otros frentes con novatos que se miden desigualmente a los restos de las tropas de élite hitlerianas.
Este es el marco en el que se desarrolla La última partida, publicada por Norma Editorial, y que supone el regreso de uno de los autores más peculiares del ámbito tebeístico europeo: Didier Comés.
Y como es norma en él, tan adicto a mezclar realidad con fantasía, en ese campo de batalla en el que los seres humanos se enfrentan a sus más profundos miedos, en el que la angustia y la tensión se agolpa como un vómito, Comés incorpora a esos seres evanescentes, fantasmales, que como pepitos grillos de la humanidad, ponen el contrapunto irónico, mordaz y escatológico a la crueldad y dramatismo de las situaciones.
En este caso tenemos la casaca, pantalones y gorra de un soldado de la guerra del 14 (es lo único que encontraron de él); un granjero del que solo se conserva su calavera tuerta y que se considera fantasma de sí mismo; un maestro de escuela muerto de cirrosis que se cree Jesucristo; un cura y un sacristán encarnados en el cuerpo de dos cuervos; los fantasmas de un niño que juega a ser soldado y de una niña que juega a ser enfermera (víctimas del bombardeo aliado a su poblado); y el fantasma de una gata.
Con estos mimbres, Comés entrelaza un historia en la que por momentos los limites entre realidad y ficción son nebulosos, como lo son los lindes entre la vida y la muerte en cualquier guerra.
No alcanza el autor belga los elevados niveles poéticos de algunas de sus obras anteriores, como La casa donde sueñan los árboles o Silencio, pero aún así es capaz de llevarnos a ese terreno onírico, para el que le resulta muy eficaz su utilización de las grandes masas de blancos y negros, que se acentúa aún más a mitad de la historia con los paisajes nevados que contribuyen a la irrealidad de cuanto acontece.
Francamente efectivas y bien resueltas las escenas bélicas, en las que me parece ver más patente que otras veces la impronta estética de Hugo Pratt y de Milton Caniff. En definitiva una obra que, sin ser excecional, es más que interesante y que nos recuerda una vez más que la historieta es narrativa dibujada, que gana cuando tiene un argumento que la estructura adecuadamente y que además puede ser un soporte ideal para remover conciencias e incitar reflexiones.

martes, 3 de julio de 2007

Fin de semana de records: 139 kilómetros por los Pirineos y ascensión a Envalira (2.408 metros de altitud)


El pasado fin de semana he realizado un pequeño viaje relámpago a los Pirineos para ir en bicicleta con mi amigo de toda la vida, Rafael Vallbona, que una vez más ha conseguido enredarme para que me superase a mi mismo. En esta ocasión el reto se me antojaba quizás excesivamente atrevido. Llegaba tras una semana con uno de esos resfriados tontos de verano que no acaban de curarse nunca.
El caso es que una vez allí, de la mano del ánimo y del apoyo de Rafa, me puse a pedalear y fui capaz de superar los límites que hasta ese momento había tenido en esto de ir en bicicleta.
Salimos alrededor de las nueve la mañana de Puigcerdá, siguiendo el itinerario del eje transpirenaico que nos condujo hasta La Seu d’Urgell.
Desde allí, pero en especial desde Andorra la Vella, todo era subida hasta la cima del Port d’Envalira que, con sus 2.408 metros de altitud, es la carretera abierta al tráfico más alta de todos los Pirineos.
Lo peor no fue tanto la dureza de la propia ascensión, que no tiene rampas tan fuertes como las de La Covatilla, como el cansancio mental que supone saber que estás subiendo de forma ininterrumpida durante 27 kilómetros.
Por supuesto, íbamos parando de tanto en tanto para hidratarnos, tomar alguna barrita energética o tomarnos un bocadillo a la altura de la estación de esquí de Soldeu.
En cualquier caso, una vez conseguida la cima, la cosa ya fue más sencilla. Descenso hasta el Pas de la Casa, entrada en territorio francés, subida al Port de Puymorens y nuevo descenso, siguiendo el curso del río Carol, hasta Bourg-Madame y llegada a Puigcerdá alrededor de las 6 de la tarde.
En total 139 kilómetros, una distancia que nunca había recorrido en una sola jornada.
La satisfacción que uno siente en estos casos es realmente enorme, tanto como el agradecimiento que se tiene hacia aquellos, como Rafa, que te ayudan y apoyan para que no te venza el desánimo y no dejes llevar ante la primera dificultad.Si todo ello se une a un tiempo espléndido, no excesivamente caluroso, un paisaje exuberante y una agradable conversación con un gran amigo alrededor de una buena mesa, podemos calificar el fin de semana de extraordinario, si no hubiera sido porque al final tuvo que llegar Clickair, la compañía de bajo coste impulsada por Iberia, y fastidiar la fiesta con sus retrasos e informalidades. Pero como se suele decir, esa es otra historia.