miércoles, 30 de enero de 2008

Los tebeos se incorporan a la trifulca mediático-política

Ya me he referido en alguna ocasión al actual momento de auge que está viviendo la historieta, con el incremento de su presencia en las librerías generalistas gracias al formato de la novela gráfica, aunque su contenido no siempre responda a lo que conocemos por tal.
Un nuevo ejemplo de esta normalización es la incorporación de los tebeos a la trifulca mediático-política, cosa que no creo que sea muy buena, pero que ahí está.
La SER y la COPE se están encargando estos días de promocionar sendos libros de dos autores que están perfectamente alineados con estas cadenas de radio y sus respectivos grupos mediáticos. Los libros en cuestión son La España de Rajoy, con guión de Enric Sopena, y La Ezpaña de ZP, con guión de César Vidal. Los dibujos en ambos casos pertenecen a David Ramírez (Tortosa, 1975), reconocido dibujante por sus versiones paródicas de algunos de los personajes más populares del manga y del animé.
Lo curioso es que esta versión española de lo que fue un éxito editorial francés de 2007, La cara oculta de Sarkozy, de la que Glénat vendió más de 200.000 ejemplares, lo publica el sello especializado en historietas Comic Books, que acaba de ser creado por Grup 62, referente indiscutible de la edición de libros en catalán que, a su vez, se ha integrado en el conglomerado empresarial de Planeta.
Como vemos, si detrás de las cosas hay negocio, no importa que los compañeros de cama o viaje sean extraños, mientras al final los réditos económicos sean sustanciosos para unos y para otros.
Lo más positivo es el reconocimiento implícito, de forma masiva en España, de la capacidad de comunicación y de transmisión de ideas que tiene la historieta y su utilización para tratar temas de actualidad. Esto hasta ahora había sido terreno acotado casi en exclusiva a las revistas de humor como El Jueves. En formato álbum o libro hay que remontarse a ejemplos bastante rancios, como alguna que otra historia de comunidad autónoma, de sindicato o partido político. Sin olvidar, por supuesto, obras realmente militantes y de aproximación ideológica a las clases populares como fueron las del mexicano Rius, con títulos como Marx para principiantes, Lenin para principiantes o Mao en su tinta.

martes, 22 de enero de 2008

Libros: el placer del olor y del tacto

Reconozco las inmensas posibilidades que nos ofrecen las nuevas tecnologías e Internet. Buena prueba de ello es precisamente este blog, que me ha permitido matar de algún modo el gusanillo periodístico que llevo dentro y que ahora mismo no se está expresando profesionalmente.
Pese a ello, y a los vaticinios que auguraban la desaparición casi inmediata de prensa escrita y libros con la generalización del uso de las nuevas herramientas informáticas y de la red de redes, la verdad es que hay algunos pequeños placeres que la era digital no es capaz, por ahora, de ofrecerte. Me refiero a esas sensaciones que uno tiene con un libro en las manos, pasando sus hojas, con las que incluso puedes cortarte, sopesándolo, escuchándolo y oliendo esa mezcla de aromas que van desde la tinta del libro recién impreso, hasta la humedad y el ligero enmohecimiento de libros más antiguos almacenados en sótanos.
En las últimas fechas he podido disfrutar especialmente de estas sensaciones gracias a un regalo y a una adquisición.
El primero ha sido un ejemplar de la magnífica reedición que ha hecho Norma de la obra de Hugo Pratt con la que comienza la saga de su personaje más emblemático, Corto Maltés. Estamos hablando de La Balada del Mar Salado, que se presenta como un libro de gran formato(41 cms de altura) que reproduce las páginas originales tal y como fueron concebidas y dibujadas por el autor.
El segundo responde a un pequeño capricho de mi propia memoria personal. Hace poco días, caminando por el Ensanche de Barcelona, en tránsito de una reunión a otra, pasé por una zona en la que abundan las librerías de viejo. De repente me vino al recuerdo el libro que más veces he leído en mi vida, una novela de Julio Verne, que no se cuenta precisamente entre las más conocidas: Las historias de Cabidoulin. Las aventuras de este viejo marinero enrolado en un ballenero inglés me fascinaron en mi infancia, hasta el punto de llegar a leerme el libro una docena de veces. Pues bien, tras un primer intento fallido, a la segunda fue la vencida, y allí estaba un viejo ejemplar de 1960, de la colección de Editorial Molino en la que se publicaron todas las obras de Julio Verne y de otros dos clásicos de la literatura de aventuras juvenil, como Karl May y Emilio Salgari.
Su olor algo mohoso, sus páginas amarillentas, sus coloristas portada y sobrecubiertas, me trasladaron inmediatamente a aquellas sensaciones de mi niñez, cuando mi imaginación todavía no había sido domeñada por la realidad de la vida.

domingo, 13 de enero de 2008

Y en estas llegó la letra del himno

Salvo muy contadas excepciones y en contextos muy determinados, no soy nada partidario de los himnos. En cuanto a sus letras la mayoría me parecen una incitación a la barbarie o una cursilada sólo comparable a los inigualables festivales de la OTI.
Por lo tanto se comprenderá bien el total flipe que me ha producido el proceso en el que se han embarcado el Comité Olímpico Español, la SGAE y algunos más para dotar al himno español de letra porque, ¡pobrecitos ellos!, los deportistas españoles no pueden realizarse plenamente cantándolo a voz en grito. ¡Es que ellos necesitan motivarse con el amor patrio, porque sólo con la pasta que ganan no tienen suficiente!.
No hacía falta ser adivino para saber cómo iba a acabar la historia: una propuesta de letra, con un absoluto olor a naftalina y que me recuerda muchísimos de aquellos pasajes de la Enciclopedia Álvarez y de mi libro de Parvulitos en los que se glosaba y ensalzaba la grandeza de la Imperial España.
Y es que en este proceso de rearme en los valores de la España una, España grande y España libre, tras la exaltación de la familia, el empacho real y el sermón de la unicidad, ahora llega el turno a la recogida de firmas para que los deportistas no se sientan acomplejados y puedan cantar el himno.
¡Pardiez!.

lunes, 7 de enero de 2008

2008, ¿vuelta a la normalidad?

Tras finalizar el período festivo de las Navidades, mal llamado así, porque en realidad debería conocerse como el período festivo del Consumo Desaforado, afrontamos el recién estrenado 2008 con el agridulce sabor de la vuelta a la normalidad.
Ahora bien, con el paso de los años, a medida que uno va sumando dígitos en su casillero, parece que entra más en crisis ese concepto de normalidad. ¿Qué es la normalidad?. Para cada uno de nosotros probablemente sea una cosa distinta y además cada uno percibirá esa normalidad de forma diferente. Pero a mí hay aspectos de la pretendida normalidad personal, social y política que cada vez me disgustan más.
Por si las moscas, buscando energías en lo distinto que me permitan mirar 2008 con mejor cara, he iniciado el año de forma totalmente distinta a cómo lo había hecho hasta la fecha. Ni campanadas por televisión, ni insufribles programas televisivos (aunque parezca imposible, cada año son peores que el anterior), ni concierto de Año Nuevo desde Viena (no porque no me guste, sino porque no fuimos capaces de sintonizar ninguna emisora que lo transmitiera), ni resaca derivada de una noche de excesos espirituosos.
Nuestra noche de fin de año transcurrió en un divertido ambiente hogareño en el pueblo más pequeño de Cataluña, Sant Jaume de Frontanyà, en la comarca del Berguedà. Apenas 31 habitantes censados, de los que sólo unos 8 viven habitualmente en la localidad. Cena y alojamiento con Lourdes (mi mujer), Silvia (mi hija), mi amigo Rafa y su mujer Adriana en la Fonda Cal Marxandó, cuyos orígenes se remontan a finales del XIX. Y a las doce menos cuarto todos, junto con los dueños y comensales de la fonda y del otro restaurante que hay en la localidad, y algunos vecinos, a la plaza del pueblo a despedir el año, tomando las uvas, bebiendo cava y comiendo coca (dulce de panadería que lleva chicharrones, piñones, fruta escarchada, azúcar, etc., según los gustos).
Las campanadas corrieron a cargo de Ramón, el alcalde del pueblo y dueño de la fonda, que junto a un muchacho de la localidad subieron al campanario de la magnífica iglesia románica de Sant Jaume para hacerlas sonar al ritmo que el público demandaba desde la plaza, con el fin de que no se produjesen innecesarios e indeseados atragantamientos.

Ahora sólo falta que las buenas vibraciones obtenidas tengan efecto durante el año.