martes, 26 de febrero de 2008

Fidel

Confirmado el relevo de Fidel Castro al frente del régimen cubano y sin entrar en disquisiciones que nos llevarían por los andurriales de la hipocresía, quiero recordar las percepciones personales que he tenido en las dos ocasiones en las que, por mis obligaciones profesionales, he compartido unas horas con él.
La primera fue en el verano de 1998, con motivo del viaje institucional del presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, a Cuba y Costa Rica.
En aquella primera ocasión, tras una larguísima espera que ocupamos, entre otras cosas, hablando de historietas y tebeos con el entonces ministro cubano de Cultura, Abel Prieto, el encuentro se produjo en una cena en el Palacio de la Revolución de La Habana que finalizó, si no recuerdo mal, hacia las cinco o las seis de la mañana.
Esa ha sido una de las escasísimas ocasiones en mi vida en las que he tenido la sensación de estar compartiendo tiempo y espacio con La Historia.
La segunda vez que coincidí con Fidel Castro fue unos meses después, los días 19 y 20 de octubre de 1998, cuando de regreso de la Cumbre Iberoamericana de Oporto y antes de que el presidente del Gobierno, José María Aznar, le recibiera en Madrid, pasó por Extremadura.
Esos dos días de arduo trabajo informativo, trufados de mil y una anécdotas que retratan al personaje, concluyeron con la enésima demostración de enorme capacidad de uso de la comunicación que siempre ha tenido Fidel Castro.
Seguido en su visita al Teatro Romano de Mérida por casi un centenar de periodistas de todo el mundo, trasladados muchos desde Oporto para desazón de Aznar, que había promovido una reunión de presidentes de países centroamericanos, y con la noticia recién salida de los teletipos del procesamiento de Pinochet por parte del juez Baltasar Garzón, Castro enseguida vio que el marco le proporcionaba la oportunidad de una rueda de prensa irrepetible.
Y así fue. Tras una comprobación de la magnífica acústica del teatro romano, que encomendó al entonces ministro de exteriores, Roberto Robaina, inició una rueda de prensa de casi dos horas, de pie en la escena y con los periodistas en la orchestra, que daría la vuelta al mundo.Y al final, foto de familia con toda la canallesca, a la que nadie hizo ascos, incluidos los representantes de medios como ABC, La Razón o la COPE, que fueron de los primeros en arrimarse para no quedar fuera del encuadre.

domingo, 17 de febrero de 2008

La peor banda del mundo

Cuando uno decide acometer esa heroica tarea de poner en orden los innumerables libros que se van acumulando en el estudio, siempre está sujeto al gratificante descubrimiento, o mejor dicho reencuentro, con algún ejemplar que por alguna razón había caído en el olvido o que uno no recordaba tener.
Eso es lo que me acaba de suceder con una de las mejores historietas que he leído en los últimos años, fruto de la maestría de uno de los autores portugueses más importante de los últimos años: José Carlos Fernandes.
El habitual desinterés hispano por casi todo lo portugués, salvo honrosísimas excepciones, se torna en auténtico vacío cuando hablamos de la banda desenhada lusa. Y realmente, en casos como el de José Carlos Fernández, ¡no sabemos bien lo que nos estamos perdiendo!.
El volúmen que he rescatado lleva por título El quiosco de la utopía, y es el primero de los protagonizados por un singular cuarteto de músicos denominado La peor banda del mundo, formada por el saxofonista Sebastián Zorn, de profesión troquelador de sellos; por el teclista Idálio Alzheimer, que es comprobador meterológico; el contrabajo Ignacio Kagel, inspector municipal de mecheros; y el batería Anatole Kopek, criptógrafo de segunda clase.
Alrededor de estos personajes, que se reúnen invariablemente todos los días a las tres de la tarde en los sótanos de una vieja corsetería cerrada hace años, el autor teje un sinfín de microhistorias de dos páginas en las que hace un sublime retrato de la condición humana, que oscila desde la crítica social y política, hasta la instrospección en el problema de la soledad, en el sentimiento de opresión ante un mundo que no nos permite controlar nuestros propios destinos, etc.
Una pequeña maravilla, envuelta en ese aroma de saudade portuguesa a la que contribuye la elección del color sepia de las páginas, y un acertadísimo uso del gris y el negro para la mayoría de los personajes y tonos ocres y sienas para la mayor parte de los fondos y decorados, sean edificios o exteriores.
La ironía que no falta está presente en la denominación de organismos como el Departamento de Criptoacústica del Laboratorio Nacional de Histeria y Psicología de Masas, la Industria Nacional de Liposucción o el Partido Impopular Idiosincrático, acusado de fascista por la izquierda, de trotskista por la derecha, de anarcosindicalista por los trotskistas y de masónico y rosacruciano por aquellos.
En definitiva, como ya he dicho, una deliciosa compilación de historias de dos páginas publicadas en España por DEVIR, cuyos títulos siguientes tampoco dejan lugar a la duda: El Museo Nacional de lo Accesorio y de lo Irrelevante, Las Ruinas de Babel, La Gran Enciclopedia del Conocimiento Obsoleto, El Depósito de las Cartas Devueltas y Los archivos de los eventos prodigiosos y paranormales.
Y todo ello con un montón de referencias literarias y musicales, que el mismo autor reconoce, y que van desde Borges a Resnais, pasando por Prado Coelho, Duke Ellington, Thelonius Monk, John Coltrane, Stan Getz, Art Blakey o Carlos Bica.
Y como botón de muestra,en la historia titulada La irrealidad crónica, el personaje que ve como su nombre desaparece permanentemente de cualquier lista y a quien todo el mundo ignora y se le cuela en cualquier cola no consigue averiguar lo que le pasa hasta que el jefe de la oficina de correos le desvela, confidencialmente, que su problema es que es el producto del sueño de alguien. Y el protagonista, Simeón Lichtenstein, se va sin tener el valor de hacer la pregunta que le baila en la cabeza: ¿Y cuándo despertará la persona que me sueña?.

domingo, 10 de febrero de 2008

Caminos, ripios y basuras en Badajoz

Una de las cosas que me gusta de ir en bicicleta, además de hacer deporte, es que te permite tener una visión distinta de muchos lugares, facilitando acceder a sitios a los que habitualmente no llegas caminando, porque resultan algo distantes para el tiempo que tienes. Este domingo he cambiado la bicicleta de carretera por mi vieja Otero híbrida, con la que puedo deambular con cierta comodidad por caminos que no sean especialmente difíciles. Esto me ha permitido recorrer buena parte de las sendas que discurren entre la carretera de Olivenza y la carretera de Valverde de Leganés, llegando hasta el Cerro del Viento, La Banasta y la urbanización Las Vaguadas. Se trata de una amplia zona, en la que todavía persisten explotaciones agrícolas y ganaderas y en la que uno pueda apreciar el contrapunto entre la supuesta civilización urbana de la que presumimos y el incivismo y falta de conciencia medioambiental que nos suele acompañar.
Rodeando una amplia zona vallada en lo que pomposamente debería ser el Parque de las Cañadas, según reza la denominación de la calle que limita con este espacio, me he ido encontrado con un sinfín de escombreras ilegales, acumulaciones de ripios de obras, lugares donde la gente ha acumulado trastos y desechos de todo tipo. Hasta tal punto que en una pequeña explanada, descendiendo ya de nuevo hacia la carretera de Olivenza, me he encontrado con 8 o 9 parachoques de automóviles, amontonados, como si algún taller de chapistería no hubiera tenido mejor sitio dónde dejarlos.
Eso sí, no faltaba el retórico cartel de la Junta de Extremadura en el que se prohibe tirar basuras y se indican las sanciones, que oscilan entre los 600 y los 30.000 €, creo recordar. Sanciones que no deben tener lugar casi nunca a la vista del espectáculo de restos, basuras y porquería que se acumulan durante algunos kilómetros.
Y el caso es que la zona, una de las más elevadas de la ciudad de Badajoz, con magníficas vistas hacia Portugal y las vecinas Elvas y Campo Maior, podía ser un lugar de expansión magnífico si estuviera mínimamente cuidado, pues los caminos son ideales para hacer buenas caminatas y rutas en bicicleta.
La conclusión es que, desidia aparte del ayuntamiento y de los responsables municipales, que parece que tienen bastante con que las rotondas y avenidas del centro de la ciudad estén en orden de revista, muchísimos ciudadanos no se preocupan lo más mínimo por conservar el entorno de Badajoz y que suelen aplicar aquello de ojos que no ven, corazón que no siente, o dicho de otro modo, mientras no vea la mierda en la puerta de mi casa, poco me importa dónde esté.
Y claro, si los responsables políticos no muestan su preocupación, ni ponen medidas, ni facilitan alternativas controladas para depositar todos estos residuos, etc., pues los particulares se creen que todo el momente es orégano y que pueden campar a sus anchas.