lunes, 21 de abril de 2008

Lo que el viento trae

No se trata de hacer un juego de palabras alrededor de la mítica película dirigida por Víctor Fleming, sino del título del último álbum de un autor español al que en los último años personalmente le había perdido la pista: Jaime Martín.

Acostumbrado a las historias urbanas de títulos como Sangre de Barrio o Los primos del parque, ahora me encuentro ante un autor mucho más cuajado, tanto estética, como narrativamente. En este álbum, recientemente publicado en nuestro país por Norma, tras haber aparecido inicialmente en 2007 en Francia de la mano de Dupuis, el autor plantea una historia, ambientada en la Rusia previa a la revolución de 1917, en la que se mezclan elementos propios de las leyendas eslavas, con aspectos de crónica social de una época en la que la razón a duras penas podía imponerse ante la superchería y la ignorancia de unas gentes que bastante tenían con lograr que después de cada día viniese un nuevo amanecer.

La historia está bien planteada, con bastante nervio narrativo, aunque decae un poco en el último tramo y el final es algo previsible.

Aún así es un trabajo muy interesante, que me ha servido para descubrir registros hasta ahora desconocidos de este autor, que ha enriquecido visualmente su habitual dominio del dibujo y el color, manteniéndose fiel a la pureza de líneas, pero reforzando el trabajo con el color, matizándolo en las gamas y dándole un mayor valor y peso narrativo.

Por lo demás, una buena edición por parte de Norma y un acierto el incorporar al final una serie de explicaciones realizadas por el autor sobre el génesis de la obra y cómo la llevó a cabo.

martes, 1 de abril de 2008

Pedalada 2008: placer y sufrimiento en bicicleta

El pasado viernes, por quinto año consecutivo, mis amigos Rafael Vallbona y Llorenç Pros vinieron desde Barcelona para pasar el fin de semana pedaleando por tierras extremeñas. En esta ocasión, al igual que en 2004, también acudió a la cita Antón Català, otro de los compañeros en estas lides cicloturistas.
A diferencia de años anteriores, en los que primó el atractivo de hacer algunos de los puertos de montaña más atractivos de Extremadura, como Honduras o Piornal, diseñé un recorrido más largo de la habitual, pero que nos permitiese disfrutar del Parque de Monfragüe. Aún así el desnivel acumulado era de unos respetables 1.380 metros.
Dicho y hecho. El sábado 28 de marzo hicimos 147 kilómetros, que nos llevaron desde Navalmoral de la Mata hasta La Bazagona, para entrar al parque por la Portilla del Tietar. Desde allí a la presa de Torrejón, paso por Villarreal de San Carlos y parada para comer en Torrejón el Rubio. Tras reponer fuerzas, seguimos camino en dirección Jaraicejo, desde donde abordamos la mayor dificultad de la jornada, el Puerto de Miravete, para después de un rápido descenso, plantarnos en Almaraz y regresar ya a Navalmoral de la Mata.
Más de seis horas y media de tiempo real montados encima de la bicicleta, que nos permitió disfrutar de la belleza de Monfragüe en un momento en el que la explosión de olores, sonidos y colores todavía no ha sucumbido ante los calores estivales.
Seis horas y media que también dieron para el sufrimiento y el cansancio, para la incomodidad encima de una bicicleta que por momentos parecía un potro de tortura.
Tiempo también para la satisfacción del reto superado (batí mi marca personal de kilometraje en una salida ciclista) y para agradecer a los compañeros de ruta su infinita paciencia, sus ánimos ante el desfallecimiento o la espera cuando en un repechón a uno las piernas ya no les respondían como querían.
Y el domingo, segunda etapa, más corta, pero más concentrada en cuanto a ascensiones, encaramándonos desde Navalmoral hacia Valdehúncar, Bohonal de Ibor, Mesas de Ibor, ascensión al puerto de Valdecañas y regreso de nuevo por Almaraz. Algo más de 65 kilómetros que hicimos en unas tres horas y cuarto, tras los que una ducha y un reparador bocadillo fue la antesala para la despedida y el regreso de cada uno a su casa: Rafa, Llorenç y Antón a Barcelona, yo a Badajoz.
Pero valió la pena. Una vez más disfrutamos de nuestra amistad y de la convivencia ciclista.
Para mí el próximo reto será este verano: subir el Tourmalet.