jueves, 30 de octubre de 2008

Rematando el esfuerzo en el Monte Toro


El pasado fin de semana estuve en Menorca para participar en la octava edición de la Vuelta Cicloturista Internacional. El momento álgido fue el domingo con la ascensión al Monte Toro, el punto más alto de la isla con sus 357 metros de altitud. Es una subida pequeña, tres kilómetros desde Mercadal, pero matona, con rampas que en algunos puntos superan el 14% de desnivel. Como se puede comprobar en la foto, la cosa fue durilla, pero anima que el señor que viene detrás, a sus 81 años, sigue subiendo. ¿Llegaremos?

jueves, 9 de octubre de 2008

El papel de la radio pública: regalar coches

Para los que en algún momento de nuestras vidas hemos participado del proyecto de la radio pública en este país, debería suponer motivo de sonrojo la deriva de estos últimos años. Ya no es el hecho de que haya renunciado a buena parte de su esencia como servicio público y como foro de muchos colectivos que de otra forma estarían excluídos de la comunicación social, sino actuaciones tan chuscas como la última idea que han tenido: sortear coches.
La sorpresa la he tenido en alguno de esos escasos momentos que le dedico a la televisión, cuando puedo dedicar unos minutos a la sobremesa o después de cenar. Entre los miles de anuncios que pueblan las emisiones de TVE aparecen de pronto un presentador y una presentadora, tan ufanos ellos, comentando que cualquier ciudadano puede hacerse con uno de los 24 magníficos coches que sortea Radio Nacional de España.
La incredulidad es mayúscula: ¿qué rábanos hace la radio pública sorteando coches así por las buenas?. Porque en este caso no hay ni tan siquiera la percha de un programa que sirva de contenedor a la rifa.
En fin, creo que ya lo he dicho alguna otra vez, al paso que vamos los medios de comunicación serán meros intermediarios para las promociones y la venta de los más variopintos artículos de consumo, desde coches a toallas, pasando por abanicos, edredones, teléfonos móviles, vajillas, fascículos inacabables, soldaditos de plomo, medallitas de la virgen de turno, etc.
¿Y los contenidos?. Bueno eso, como ya ocurre, será casi lo de menos.

sábado, 4 de octubre de 2008

¿El fin de la medicina humanista?

Días atrás, por razones profesionales, tuve la oportunidad de departir un rato con el eminente urólogo extremeño Remigio Vela Navarrete. Natural de Salvaléon, aunque criado en Zafra, este insigne médico tiene la primera patente internacional de un modelo de riñón artificial implantable.

En la entretenida charla que mantuvimos en su despacho de la madrileña Fundación Jiménez Díaz, dejó caer con amargura su reproche hacia un sistema sanitario que está suponiendo el fin de la medicina humanista, para convertirse en un sistema de gestión en el que lo que importan son los números y no las personas. Esto, en su opinión, está llevando a la privatización de la gestión de los centros hospitalarios y los médicos pierden más tiempo introduciendo datos estadísticos en un ordenador, que no viendo, tocando, palpando a los pacientes. Y por estos lares –me decía- nos gusta que nos toquen, nos gusta la cercanía de la relación, las distancias cortas con el médico. Un sistema sanitario no puede ser indiferente a la sociología de la población a la que tiene que atender. Aquí no podemos importar, tal cual, el sistema de otros países más acostumbrados a la frialdad en ese trato, como los nórdicos. Como colofón, Remigio Vela decía que no hay dinero para hacer frente a los requisitos de la sanidad.

Comparto buena parte de sus comentarios, sobre todo en cuanto al trato y la relación con los clientes. En cuanto a la carencia de fondos, yo tengo muy claro que pago mis impuestos para cosas como éstas, para que haya una buena provisión presupuestaria para dotar a los servicios públicos de las prestaciones y la calidad que necesitamos y a la que todos los ciudadanos tenemos derecho, con independencia de nuestro nivel de ingresos. Y puestos a buscar ese dinero, me imagino la cantidad de buenos médicos y maestros, por referirme sólo a dos sectores básicos como sanidad y educación, que se podrían formar y contratar con las multimillonarias indemnizaciones que se llevan muchos ejecutivos de esas grandes empresas financieras e inmobiliarias que, cuando las cosas se ponen feas, se olvidan de su liberalismo económico para irse a refugiar en los brazos del malvado papá Estado.

Creo que si privatizásemos menos los beneficios y socializásemos menos las pérdidas podríamos dar mejor respuesta a las preocupaciones que me exponía Remigio Vela.