viernes, 27 de mayo de 2011

Hemos regalado la paella y el mango

Por su interés ofrezco, traducido, el artículo publicado hoy por Rafael Vallbona i Sallent, titulado Hem regalat la paella i el mànec, en el que reflexiona sobre lo ocurrido en el desalojo de la Plaça de Catalunya de Barcelona.

Con la excusa de hacer limpieza a fondo, los mossos d’esquadra han desalojado a porrazos a los concentrados en la plaza de Catalunya para dejar paso a las sensatas y cultas celebraciones azulgranas que, como siempre se ha demostrado, son de lo más civilizado. Favorecer el salvajismo futobolístico echando sin miramientos a los que protestan civilizadamente por temas muy preocupantes, demuestra el estilo del consejero de Interior [de la Generalitat de Catalunya] y el grado de sumisión del poder político al económico.
Felipe Puig tenía ganas. Hace días que el consejero del Interior tenía ganas de desalojar de forma contundente a los concentrados en las diferentes plazas del país. Debe pensar que traen enfermedades tropicales. No lo hizo durante la jornada de reflexión para evitar una reedición a escala de lo que le pasó en 2004 al PP; pero una vez pasadas las elecciones y con la habitual chulería que le caracteriza, ampliada por la victoria electoral, allí donde ha encontrado complicidad municipal (con un Hereu en retirada en Barcelona, y en Lleida con un Ros cada día más de extrema derecha), ha actuado. La limpieza ha sido una excusa, como se ha podido ver. A la que ha podido los ha sacado a porrazos, sobre todo para demostrarles, y al resto de paso también, quien manda en la calle. ¿Os suena ésto?
La complicidad del Barça.
El Barça ha sido la excusa perfecta. No hay institución que aúne más consenso en toda Catalunya, es un deseo casi unánime que gane la Champions, es un referente de los célebres valores (que de tanto publicitarlos han acabado convirtiéndose en una especie de manual de autoayuda posmoderna) y, no lo olvidemos, está en manos de la oligarquía local. Nunca el Gobierno de la Generalitat haría nada que pudiera contrariar todos estos elementos sociológicos, sobre todo, está claro, a los clanes patricios de la ciudad.
Las mejores generaciones, a porrazos.
Sólo un poder político que se vanaglorie de tener una ciudadanía ignorante y adocenada, puede enviar a la policía a cargar duramente contra una juventud que representa a las generaciones mejor preparadas intelectual y profesionalmente de la historia del país. El esfuerzo que Catalunya ha hecho durante los últimos años para formar a estos jóvenes (familiar, personal, institucional, académico, …) es minusvalorado doblemente por el poder político: primero condenándolos a sueldos y contratos de miseria o al paro; después agrediéndolos físicamente porque protestan por el país de miseria en el que nos están convirtiendo.
No es suficiente indignarse. La indignación siempre ha sido un sentimiento poco democrático. Sólo aquél que se cree en posesión de la razón absoluta y del amparo divino está indignado a todas horas. La indignación no genera dudas, la vida sí, porque no es más que crisis. Es necesario superar el estado de indignado para convertirse en dialogadores, dudosos, críticos, y elaborar nuevos discursos que se adapten a la realidad que todavía desconocemos.
Una catarsis generacional. Atribuir la revuelta a una simple actitud catárquica y casi festiva, tal y como dicen los que no tienen ni idea de protestar porque nunca lo han hecho, es un intento absurdo para deslegitimar las razones que existen para la disconformidad. Cada generación expresa su malestar como sabe, porque los jóvenes de cada época tienen motivos para hacerlo. Y si vosotros no lo hicisteis cuando os tocaba, es vuestro problema. Os lo tendríais que hacer mirar. Además, ¿no os hábeis parado a pensar que si los jóvenes de hoy en día heredan un mundo peor es porque las generaciones anteriores se lo dejamos así de deteriorado? Quiero decir, ¿de quién es la culpa?
Esto no es Siria.
Pero a pesar de todo, que nadie tenga la tentación de pensar que Catalunya es Siria. No. Aquí hay una democracia formal y un sistema parlamentario que representa el derecho soberano. El problema es que este proceso falla en un punto. Los políticos a los que otorgamos la representación, no nos devuelven el feedback que hace que el sistema funcione. Se someten a los designios de los poderes financieros y de sus corifeos dejándonos en la indefensión. Aquí falla la democracia. El siguiente paso es enviar a la policía (incluso a una policía nacida en democracia como los Mossos) cuando protestamos legítimamente. Ya lo decía ayer el prestigioso diario británico The Guardian: El hecho de que este debate se produzca en las plazas, más que en los parlamentos, sólo demuestra lo profundo del abismo entre los políticos establecidos y la vida de la gente. Y para resolver este abismo, el poder político –arrodillado frente al poder financiero- hace callar a la gente a la fuerza. Les hemos regalado la sartén y el mango.