jueves, 13 de octubre de 2016

Peenemünde, la cuna de las bombas volantes



Viñeta de Yo, Rene Tardi. Prisionero de guerra en Stalag II B

Agosto de 2015. Durante las vacaciones familiares en Berlín, una ola de calor azota Centroeuropa. Temperaturas alrededor de los 35 grados, para las que la ciudad no está preparada, hacen insoportable seguir deambulando por una ciudad hoy reunificada, y que nosotros conocimos cuando todavía era la capital de la República Democrática Alemana (RDA) y hacía pocos meses que había caído el Muro. Buscando un poco más de fresco decidimos irnos un par de días hacia el norte, hacia el Báltico. Nuestro destino: Usedom. Se trata de una isla perteneciente a la extinta Prusia, que actualmente está dividida entre Alemania y Polonia, en la desembocadura del río Oder, que actúa como barrera natural de separación entre las aguas bálticas y la laguna de Scezin.
Esta isla es famosa desde mediados del siglo XIX por ser una zona de vacaciones estivales de la nobleza y la burguesía industrial alemana. En concreto acoge los denominados Kaiserbäder (balnearios marítimos imperiales): Ahlbeck, Heringsdorf y Bansin. La verdad es que nos sorprendió lo bien cuidados que estaban muchos de los pequeños hotelitos que pueblan la costa, de finales del XIX y principios del XX, aunque nos imaginamos que en buena parte eran reconstrucciones, dado los intensos bombardeos que sufrió la isla durante la Segunda Guerra Mundial. Uno de sus atractivos fue comprobar cómo este enclave no ha dejado de ser lugar de asueto, a pesar de los distintos regímenes que han gobernado la zona, desde la época imperial, pasando por la República de Weimar, la RDA y la actual Alemania reunificada.
El nido de las V-1 y V-2
Lanzaderas de V-1 y V-2 en Peenemünde
Sin embargo, la mayor de las sorpresas, lo inesperado, surgió al final de la estancia de dos días en la isla. Para regresar decidimos bordear la costa y salir de ella por el norte, a través de uno de los puentes que la unen a tierra firme. Siguiendo el curso de la carretera principal, antes de girar hacia el oeste, un desvío indicaba la ruta hacia Peenemünde, un lugar que nunca había oído mencionar. Decidimos aventurarnos por ella y cuál fue nuestro asombro al hallarnos, al poco tiempo, en el lugar en el que Werner von Braun y otros muchos científicos experimentaron para crear una de las armas más mortíferas de la Segunda Guerra Mundial: las llamadas bombas volantes.
Ante nuestros sorprendidos ojos se levantaban grandes conjuntos de viviendas, bastante deterioradas por el paso del tiempo, que a principios de los años 30 del siglo XX construyeron los nazis como si fueran unas enormes colonias de descanso veraniegas para trabajadores alemanes. Tras esa apariencia, miles de científicos y obreros, bajo el control del ejército (Wehrmacht) o de la aviación (Luftwaffe), se dedicaron a la investigación, ensayo y producción de las terroríficas V-1 y V-2 que, desde 1944 hasta el final de la contienda, sembraron el pánico en Gran Bretaña. Vestigio de aquella época, aparte de un museo, permanece una lanzadera con dos de estos precursores de los misiles balísticos.
U-461 Juliett
U-461 anclado en el muelle del puerto de Peenemünde
Pero para nosotros aun no se habían acabado los descubrimientos. Peenemünde cuenta con un pequeño puerto que se acondicionó en su momento para acoger unidades de la marina nazi. En uno de sus muelles se encuentra anclado un impresionante submarino, con la numeración U-461, una estrella roja, dos lanzaderas de misiles y un pequeño sumergible de investigación en la proa. Recordando haber visto algún submarino en la Algameca, en la base naval de Cartagena, éste me pareció realmente grande y aterrador. Se trata de un submarino de fabricación soviética, de la clase Juliett, de los años 60 del siglo XX, de los más grandes de propulsión convencional, con capacidad para el lanzamiento de cabezas nucleares. Todo un peligro.
El caso es que, tras diversos avatares, hoy en día es uno de los principales atractivos de Peenemünde. La curiosidad nos pudo y decidimos visitarlo. Tras pasar casi una hora en su interior de estrechísimos pasillos, escasa iluminación y milles de metros de cables, cientos de palancas y mandos de todo tipo, agradecimos volver a respirar aire libre. No me extraña que las tripulaciones de submarinos sean de las que más problemas psicológicos sufren, dado que la sensación de claustrofobia y el permanente contacto físico, debido al angosto espacio del que disponen, debe ser difícilmente soportable.
Ahora, tras más de un año, me reencuentro con Peenemünde leyendo el segundo volumen de la última obra de Jacques Tardi, Yo, René Tardi. Prisionero de Guerra en Stalag II B. 2. Mi regreso a Francia, publicada en NORMA Editorial. Concretamente en la parte en la que narra el caótico y recurrente deambular de los prisioneros franceses por la Alemania nazi, que se desintegra ante el avance imparable de los aliados por los distintos frentes. Una vez más se demuestra que lugares o hechos que carecen de significado para uno, de golpe lo tienen a partir de una casualidad como ésta: toparte de pronto con la cuna de las V-1 y V-2.