viernes, 21 de marzo de 2008

África y raspas de pescado

Miércoles por la noche. Preparados para iniciar el reparador reposo de la Semana Santa. Entretengo el tiempo con el mando de la televisión, pasando de un canal a otro por si encuentro algo potable para ver, cosa harto difícil entre los programas basura y la basura de la programación que nos ofrecen. De repente un grupo de mujeres africanas, viudas todas ellas por efectos del SIDA, que han decidido unirse, vivir juntas, y enfrentarse a las tradiciones que les obligaba a ser heredadas por otro hombre. Me quedo clavado ante el televisor viendo el magnífico reportaje que está emitiendo La 2 de TVE, en el programa En Portada. Un interesantísimo repaso sobre la lucha que está manteniendo la mujer en muchos países del África negra para adquirir un protagonismo que las saque de su sempiterno papel subsidiario en la sociedad. Ejemplos como el de Ruanda, en el que la asunción de importantes niveles de responsabilidad, tanto en la base, como en la administración, están permitiendo enderezar el rumbo de un país que ha vivido uno de los mayores genocidios del siglo XX, favoreciendo el entendimiento y superando las barreras de los odios étnicos y tribales. Mujeres que se esfuerzan en transmitir conocimiento y saber, en educar a la población, pues consideran que la cultura es la mejor base sobre la que asentar sus posibilidades de futuro.

Con todo, el momento álgido es cuando aparece un grupo de mujeres keniatas, de una zona del interior del país, que ha montado una pequeña empresa que se dedica al secado y posterior fritura de raspas de pescado, que después son consumidas por la población, que encuentra en ellas uno de los escasos aportes de minerales para su alimentación. ¿Y por qué sólo las raspas de pescado?, me pregunto. La respuesta es un perfecto canto a la globalización y a la vertiente más perversa de la misma: la carne de los pescados, al parecer muy sabrosa, se extrae de los mismos y se vende a Israel y a otros países. Para el mundo desarrollado y para quien tiene dinero, los filetes de pescado. Para África y los desheredados de este planeta, las raspas. ¡Pocos ejemplos tan claros de cómo está organizado este mundo!.

domingo, 16 de marzo de 2008

El último vuelo de Saint-Exupéry

La noticia aparecida este fin de semana sobre el aviador alemán que dice ser autor del derribo del Lightning P 38 Lockheed en el que volaba Antoine de Saint-Exupéry, el 31 de julio de 1944, me ha servido de excusa para releer la obra póstuma que otro gran creador, Hugo Pratt, le dedicó al autor de El Principito con motivo del cincuentenario de su desaparición.
Saint-Exupéry. El último vuelo, publicado originalmente en 1995 por Casterman y por Norma Editorial, para la edición en castellano, es una recreación onírica de las últimas horas del escritor-piloto, a través de la que Pratt hace revivir a Saint-Exupéry varios de sus pasajes vitales, desde un encuentro en las nubes con el Principito, hasta momentos de sus estancias en La Pampa argentina, en Buenos Aires, en Marruecos, en la Guerra Civil española, etc.
Hugo Pratt homenajea en este libro que se publicó casi a la par que su muerte en 1995, al escritor francés que tantos puntos en común tenía con el más inmortal de los personajes creados por el dibujante nacido en Rímini: Corto Maltés.
Este atractivo volumen se completa con un prólogo a cargo de Umberto Eco y con la transcripción de una entrevista que le hicieron a Pratt a principios de 1995 en la televisión suiza de habla italiana.