jueves, 27 de diciembre de 2007

Crónica de una muerte anunciada

Subo al coche para regresar a casa tras la jornada laboral y al sintonizar la radio me sorprendo con la noticia del asesinato de la ex-primer ministra de Pakistán, Benazir Bhutto. Su inesperada muerte (que no imprevisible) viene a añadir más leña al fuego a uno de los puntos más convulsos de nuestro agitado Mundo. He señalado antes la no imprevisibilidad de su muerte porque, y es literalmente cierto, hace unos meses, cuando se conoció la noticia de su regreso a Pakistán, lo primero que pensé es en las altísimas probabilidades que tenía de ser víctima de un atentado. Desgraciadamente mi intuición no falló en esta ocasión. Su trágico final me recuerda mucho al de otro líder político de la zona, el ex-primer ministro de la India, Rajiv Ghandi. Ambos han compartido la pertenencia a familias de gran protagonismo político en la vida de sus respectivos países, que fueron diezmadas por asesinatos de todo tipo. Ahora, con la muerte de Benazir se incorporan nuevos elementos de incertidumbre en la situación política y social de una zona que desde años es uno de los principales goznes de la geoestrategia mundial y terreno de batalla entre cosmovisiones e intereses económicos contrapuestos. Y como suele ocurrir en estos casos de magnicidio, lo más seguro es que nunca lleguemos a saber los oscuros intereses que se esconden detrás de esta muerte. No se consiguió en Estados Unidos con los Kennedy y para poco factible que se logre en Pakistán.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Redescubriendo el noveno arte

Vaya por adelantado mi satisfacción por el creciente interés que desde los más variados ámbitos comunicativos se siente por la historieta. Cada vez abundan más las referencias a obras y autores, clásicos o noveles, en los grandes medios de información. Así, que yo recuerde, en las últimas fechas han ocupado lugares destacados, tanto en prensa nacional, como en radio y televisión, el 40 aniversario de Corto Maltés, el 50 de Mortadelo y Filemón, la nueva obra del gran Carlos Giménez, la primera edición del Premio Nacional de Cómic que ha reconocido la trayectoria profesional de Max, la exposición sobre Tintín a partir del fondo reunido por Jordi Tardá, o la trayectoria de Carlos Pacheco como dibujante de algunas de las series de superhéroes más importantes del momento.
Ya era hora que se empezara a reconocer de una forma más o menos habitual la importancia de lo que algunos han llegado a denominar como el Noveno Arte. Ahora bien, también sería conveniente que no pareciese que ahora se está descubriendo la sopa de ajo. Hace ya varias décadas, los que ya tenemos una cierta edad podemos hablar en estos términos, que algunos ya sabíamos del interés, valor e importancia de las historietas, de los tebeos (que cada cual elija la denominación que más le guste, salvo la de cómics, a ser posible). Algunos ya disfrutábamos de sus contenidos, que no sólo nos divertían, como quieren hacernos creer unos cuantos, sino que nos hacían pensar y reflexionar sobre la vida y la condición humana, nos acompañaban en las luchas políticas y en las reivindicaciones sociales, nos invitaban a la ruptura de los cánones estéticos y artísticos, etc.
En fín, esperemos que no sea una moda pasajera al hilo de unos cuantos aniversarios, de algunos certámenes de relumbrón, como ya ha ocurrido en otras ocasiones.
Y si vuelve a pasar, pues nada, aquí seguiremos los de siempre, fieles a una forma de expresión que, guste o no guste, se conozca o no se conozca, ha realizado algunas de las contribuciones más importantes al imaginario colectivo mundial del siglo XX: Snoopy, Asterix, Mafalda, Supermán, Spiderman, el Gato Fritz, el Príncipe Valiente, Flash Gordon, etc; por citar sólo algunos.

martes, 11 de diciembre de 2007

Pavilhao Chinês de Lisboa

El pasado fin de semana, como cierre del puente de la Constitución, nos acercamos a Lisboa y comprobamos, una vez más, el encanto de la capital portuguesa.
A pesar de celebrarse durante esos días la segunda cumbre Europa-África, con el continuo tránsito de las comitivas oficiales de los 80 países allí reunidos, nosotros pudimos pasear apaciblemente por las calles lisboetas descubriendo, como suele ocurrir a menudo cuando te sales de los caminos trillados, nuevos lugares que hasta ahora desconocíamos.
Uno de ellos fue la Estufa Fria, el popular jardín que se encuentra en el Parque de Eduardo VII, al final de la Avenida da Liberdade. Pese a que hace ya 20 años que visité por primera vez Lisboa, es un espacio al que nunca me había acercado, más atraído por el bullicio de la Baixa, del Bairro Alto, el Chiado o la popular Alfama.
Esta vez sí, nos decidimos, y reconozco que fue una visita que valió la pena.
Pero sin lugar a dudas, la estrella del fin de semana fue un local del que nos habló mi buen amigo Antonio Martín, un zafrense afincado en Badajoz, enamorado de Portugal y de Lisboa.
Siguiendo sus indicaciones optamos por acercarnos al Bairro Alto por el lado contrario al que habitualmente lo hacemos. En esta ocasión fuimos deambulando por calles interiores desde la zona del Marqués de Pombal, para siguiendo la Rua de la Politécnica, llegar a la de Pedro V y allí, en el número 89, nos encontramos con el objeto de nuestra curiosidad: un curioso pub que lleva por nombre Pavilhao Chinês.
Se trata de una antigua mercería de principios del siglo XX, que ha mantenido toda su estructura de estanterías y estucos, que hoy en día están ocupadas por miles de piezas de colección de su actual propietario. Desde soldaditos de plomo, a trenes a escala, pasando por figuritas de barro, cascos militares, carteles de cine, pipas, jarras de cervezas, cubiertos y un largo etcétera. Resulta un lugar distinto, con varias salas que se suceden, con un par de mesas de billar en las más interiores; buena música y ambiente relajado y cosmopolita para poder charlar, tomar una buena infusión de té de una amplia carta (reminiscencia de su época de comercio en la que también se vendían infusiones y especias) o un combinado.

Un lugar por el que vale la pena dejarse caer de tanto en tanto y que ratifica la teoría de que basta con cambiar de acera o dejar de mirar al suelo, para descubrir cada día una nueva perspectiva de un lugar, de una ciudad. En este caso de Lisboa.