domingo, 25 de noviembre de 2007

Rafael Vallbona, ganador del premio “Néstor Luján” de novela histórica

Con unos días de retraso, la noticia se hizo pública el pasado lunes 19 de noviembre, traigo a este espacio la última novedad sobre Rafael Vallbona, mi amigo de toda la vida, del que ya he hablado en múltiples ocasiones. Su actualidad más rabiosa, tras haber vuelto de una pequeña excursión en Harley-Davidson por la ruta 66 de Estados Unidos, y haber estado en Italia hablando de literatura viajera, ha sido el premio “Néstor Luján” de novela histórica, cuya undécima edición ha ganado Rafa con la obra titulada Forasters.
Según la editorial que convoca el premio, Columna Ediciones, se trata de un thriller histórico que transcurre en la Barcelona de entreguerras y en el que conviven el amor, la venganza y las traiciones.
La obra, publicada originalmente en catalán y que en fechas próximas también aparecerá en castellano, relata una historia que empieza en Barcelona, en 1915, y termina en la Cerdanya (Girona), en 1943, en la que aparecen espías alemanes durante la primera guerra mundial, gángsters, obreros de la CNT, oficiales nazis y resistentes franceses, entre muchos otros.
Con esta obra Rafa sigue de algún modo el camino y las indagaciones que ya puso en juego con otra de sus obras galardonadas, La Comuna de Puigcerdà, Premio Joaquim Amat-Piniella 2000, cuya acción también se desarrollaba en la zona de la Cerdanya, durante el período de la Guerra Civil en el que Puigcerdà estuvo bajo el poder anarquista de la CNT-FAI.
Curioso por naturaleza, observador de los pequeños detalles, narrador directo en virtud de una experiencia periodística que trasluce en sus obras, Rafa es, en mi modesta opinión, un autor que va creciendo con el paso de los años; que no se estanca en unos temas específicos, sino que se atreve a experimentar con nuevos registros y además logra salir airoso del reto.
¡Espero con avidez la lectura de este Forasters!

lunes, 19 de noviembre de 2007

Maus, el antifascismo y la no violencia

Me pilla toda la polémica de estos días en relación a la conmemoración del 20-N, el envalentonamiento de las organizaciones y grupúsculos fascistas, el asesinato del joven Carlos Javier Palomino en Madrid, etc., en plena relectura de una de las obras más impactantes e impresionantes de cuantas se han realizado en torno al auge del nazismo y la política sistemática de exterminio que Hitler aplicó, entre otros, contra los judios: la novela gráfica Maus.
Después de haber leído fraccionadamente la magnífica obra en la que Art Spiegelman narra la peripecia vital de su padre, un judío polaco superviviente de los campos de exterminio nazis, ahora disfruto de la posibilidad de enfrentarme de nuevo a este complejo e innovador trabajo gracias a la nueva publicación que ha hecho recientemente Random House Mondadori, con voluntad de ser ya la edición definitiva de la misma.
Mucho se puede hablar de esta obra que ha sido la primera y única historieta galardonada, concretamente en 1992, con el Premio Pulitzer. Pero, aunque pueda sonar a poco original, creo que la mejor síntesis de la misma es la realizada por Umberto Eco: Lo cierto es que Maus es un libro que no se puede dejar de leer, ni siquiera para ir a dormir. Cuando dos de los ratones hablan de amor, te conmueven, cuando sufren, lloras. Poco a poco, a través de este pequeño cuento que incluye sufrimiento, humor y superar las pruebas de la vida cotidiana, quedas cautivado por el lenguaje de esta vieja familia del Este de Europa y atrapado por su ritmo gradual e hipnótico. Cuando terminas Maus te da pena haber abandonado este mundo mágico (suspiras por la secuela que te hará regresar...
Maus es una magnífica reflexión sobre los propios límites de la condición humana y sobre los errores que jamás deberíamos volver a cometer.
Uno de ellos es el no haber sabido atajar a tiempo el crecimiento del nazismo y el fascismo.
Por desgracia el hombre es uno de los pocos animales que tropieza una, dos y más veces con la misma piedra. Y a la vista de lo que está ocurriendo de unos años para aquí parece no haber aprendido casi nada.
Lo malo es que algunos que se denominan antifascistas recurren a sus mismos métodos intolerantes y violentos para expresar su repudio a aquellos y por ahí pierden toda fuerza y razón.
La violencia nunca debería ser argumento para la defensa de unas ideas, pues lo único que hace es retroalimentar la espiral de agravios y enfrentamientos.
Así lo he creído siempre.

lunes, 12 de noviembre de 2007

El dia que el Extremadura se paso al verde

El próximo miércoles, día 14 de noviembre, se cumplen exactamente 20 años desde que el periódico Extremadura, en pleno proceso de consolidación como medio de comunicación de ámbito regional, protagonizó uno de los cambios más sustanciales y que, con el devenir de los años, se ha convertido en uno de sus principales elementos de identificación y reconocimiento: la incorporación del color verde a su cabecera y a su portada. No fue ese el único cambio que se introdujo, ya que de hecho se hizo una remodelación total del aspecto del diario, con la incorporación del sistema de maquetación modular. También, tal y como de indicaba en el editorial dedicado a la nueva etapa que se abría en el extremadura, se inauguraba la sección de opinión, con la intención de convertirla en el foro de debate que nuestra región necesita.
En esta entrada de Trazo de Tinta se puede ver reproducida en parte la portada (el scanner de casa no da para más) de aquél primer número del renovado Extremadura.
Ese 14 de noviembre de 1987, en la sección de Opinión, aparecía un artículo del presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, cuyo título, con la perspectiva que dan los años, no podía ser más premonitorio: Apostar por los jóvenes. Hablaba en dicho artículo de la aportación que los jóvenes podían hacer para el futuro de la región y afirmaba que los responsables del Gobierno regional esperamos, nada más y nada menos, que ilusionar a los jóvenes extremeños en un proyecto de sociedad de cara al futuro. Conseguir que se cree una nueva generación emprendedora ...
Me cabe la satisfacción de haber participado como redactor jefe de coordinación en aquél ilusionante proyecto periodístico, en el que Javier Berrocal aportó sus conocimientos para el rediseño de la cabecera y de la portada. Junto a él muchos compañeros que pusieron su esfuerzo y que hoy, tras 20 años, han seguido trayectofrias de todo tipo. Como director general de la editora y principal impulsor de la transformación del diario estaba mi buen amigo Amador Rivera Pavón, hoy ya prejubilado en RTVE. Como director estaba Félix Pinero, del que tras varios años sin saber de él, volví a reencontrármelo hasta hace unos meses como asesor en temas de comunicación del anterior consejero de Desarrollo Rural de la Junta de Extremadura.
Como redactores jefe, me acompañaban el actual director del periódico, Antonio Tinoco, encargado de la información regional; y el desaparecido José María Parra, responsable de la información local de Cáceres.
Y junto a ellos otros muchos nombres, como Manuela Martín, como responsable de las páginas de opinión; Manuel Sánchez, actual encargado de la información política del PSOE en el diario El Mundo; Máximo Durán, periodista del Gabinete de Prensa de la Junta de Extremadura y presidente de la Asociación de la Prensa de Mérida; Emilio Timón, compañero en el Centro Territorial de TVE en Extremadura; o José Luis Guerra, sempiterno integrante e hilo conductor de las últimas décadas de historia del diario, en el que ha ido recorriendo todos los puestos y secciones.
Todos ellos y muchos más, que están en mi pensamiento, pero que sería prolijo enumerar, con el riesgo de dejarme a alguien, vivimos con emoción el momento en el que desde las viejas rotativas de Aldea Moret empezaron a salir los ejemplares con la cabecera en verde. Y de allí a la Madrila para celebrar la nueva imagen del Extremadura.
De eso han pasado 20 años, como dijo Serrat.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Bucarest, punto y final

Después de una semana de viaje en la que hemos tenido menos tiempo para el ocio del esperado, estamos a punto de abandonar el hotel con destino al aeropuerto de Bucarest.
Ha sido una semana intensa de trabajo, que nos ha permitido acercarnos bastante más a la realidad de dos países como Bulgaria y Rumania que acaban de incorporarse a la Unión Europea.
Como persona que suele trabajar con la percepción de los territorios, lo primero que debo hacer es estar dispuesto a cambiar mis percepciones. Y debo decir que estos días me han permitido cambiar mucho la imagen que tenía de estos dos países. Y, en el caso de Bucarest en particular, descubrir una gran ciudad europea que en muchos de sus espacios recuerda a lugares como Budapest, Praga e incluso la propia París. No en vano en el siglo XIX fue conocida como la Pequeña París.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Sofia 17 años después

Corría el verano de 1990, habían pasado pocos meses desde la caída del Muro de Berlín, y Sofia, la capital de Bulgaria, se convirtió en el punto de partida de un inolvidable viaje que durante 15 días nos llevó a cruzar Europa, atravesando buena parte de los países del Este.
Aquella era una Sofia recién impactada por el shock que supuso el fin de la hegemonía soviética, inmersa en una crisis social y de identidad que se palpaba a cada paso.
Hoy, 17 años después, motivos laborales me vuelven a traer a esta ciudad, capital de un país que acaba de incorporarse en enero como miembro de pleno derecho de la Unión Europea. Y aunque todavía no he podido entrar en contacto con ella, los indicios de que las cosas han cambiado, ¡y mucho!, son más que evidentes.
Si en 1990 el mayor ejemplo de contradicción era el hotel Sheraton con los Porsche estacionados a su puerta, hoy lo puede representar un país con un salario medio de 100 €, en el que el precio de la vivienda en la capital se ha cuadriplicado en apenas dos años, y en el que británicos, estadounidenses y españoles estamos empeñados en reeditar modelos desarrollistas basados en el ladrillo, que han dejado nuestras costas hechas una auténtica piltrafa.
Un claro ejemplo de esto es que en la revista de la Bulgaria Airlines, la compañía de bandera en la que hemos volado esta mañana desde Madrid, la inmensa mayoría de los anuncios y buena parte de los reportajes giraban alrededor de proyectos inmobiliarios, campos de golf, spas, resorts, etc., tanto en las magníficas playas del Mar Negro búlgaro, tomando la ciudad de Varna como epicentro; como en los dominios esquiables de las montañas que rodean la capital.
Una importante concesión a la cultura es la cada vez más importante reivindicación del legado tracio, como elemento identitario del país a partir de los espectaculares descubrimientos arqueológicos que se vienen realizando desde el año 2002.
Por lo demás, después de un vuelo sin problemas, pero en el que por algunos momentos el avión parecía el camarote de los Hermanos Marx, hemos podido apreciar la espectacular cultura quesera de Bulgaria, así como el avance de su industria enológica, con producciones más que aceptables, a partir de cepas como la Cabernet-Sauvignon y la Merlot, entre otras.
Y un dato para un país tan refractario a la variedad idiomática como España, es el castellano absolutamente perfecto y con una riqueza de vocabulario que para sí quisieran muchísimos de los españoles, con el que nos han obsequiado las consultoras que nos van a acompañar durante los distintos encuentros profesionales que vamos a mantener en Sofia.
Ahora sólo falta disponer de un mínimo tiempo de asueto para redescubrir espacios como el de la Catedral Alexander Nevski, punto cero desde el que se miden todas las distancias kilométricas en Bulgaria.