Me pilla toda la polémica de estos días en relación a la conmemoración del 20-N, el envalentonamiento de las organizaciones y grupúsculos fascistas, el asesinato del joven Carlos Javier Palomino en Madrid, etc., en plena relectura de una de las obras más impactantes e impresionantes de cuantas se han realizado en torno al auge del nazismo y la política sistemática de exterminio que Hitler aplicó, entre otros, contra los judios: la novela gráfica Maus.
Después de haber leído fraccionadamente la magnífica obra en la que Art Spiegelman narra la peripecia vital de su padre, un judío polaco superviviente de los campos de exterminio nazis, ahora disfruto de la posibilidad de enfrentarme de nuevo a este complejo e innovador trabajo gracias a la nueva publicación que ha hecho recientemente Random House Mondadori, con voluntad de ser ya la edición definitiva de la misma.
Mucho se puede hablar de esta obra que ha sido la primera y única historieta galardonada, concretamente en 1992, con el Premio Pulitzer. Pero, aunque pueda sonar a poco original, creo que la mejor síntesis de la misma es la realizada por Umberto Eco: Lo cierto es que Maus es un libro que no se puede dejar de leer, ni siquiera para ir a dormir. Cuando dos de los ratones hablan de amor, te conmueven, cuando sufren, lloras. Poco a poco, a través de este pequeño cuento que incluye sufrimiento, humor y superar las pruebas de la vida cotidiana, quedas cautivado por el lenguaje de esta vieja familia del Este de Europa y atrapado por su ritmo gradual e hipnótico. Cuando terminas Maus te da pena haber abandonado este mundo mágico (suspiras por la secuela que te hará regresar...
Maus es una magnífica reflexión sobre los propios límites de la condición humana y sobre los errores que jamás deberíamos volver a cometer.
Uno de ellos es el no haber sabido atajar a tiempo el crecimiento del nazismo y el fascismo.
Por desgracia el hombre es uno de los pocos animales que tropieza una, dos y más veces con la misma piedra. Y a la vista de lo que está ocurriendo de unos años para aquí parece no haber aprendido casi nada.
Lo malo es que algunos que se denominan antifascistas recurren a sus mismos métodos intolerantes y violentos para expresar su repudio a aquellos y por ahí pierden toda fuerza y razón.
La violencia nunca debería ser argumento para la defensa de unas ideas, pues lo único que hace es retroalimentar la espiral de agravios y enfrentamientos.
Así lo he creído siempre.
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