Viñeta de Yo, Rene Tardi. Prisionero de guerra en Stalag II B |
Agosto de 2015. Durante las vacaciones familiares en Berlín, una ola de calor azota
Centroeuropa. Temperaturas alrededor de los 35 grados, para las que la ciudad
no está preparada, hacen insoportable seguir deambulando por una ciudad hoy
reunificada, y que nosotros conocimos cuando todavía era la capital de la
República Democrática Alemana (RDA) y hacía pocos meses que había caído el
Muro. Buscando un poco más de fresco decidimos irnos un par de días hacia el
norte, hacia el Báltico. Nuestro destino: Usedom. Se trata de una
isla perteneciente a la extinta Prusia, que actualmente está dividida entre
Alemania y Polonia, en la desembocadura del río Oder, que actúa como barrera
natural de separación entre las aguas bálticas y la laguna de Scezin.
Esta isla es famosa desde mediados del siglo XIX por ser una zona de vacaciones estivales de la nobleza y la burguesía
industrial alemana. En concreto acoge los denominados Kaiserbäder (balnearios marítimos imperiales): Ahlbeck, Heringsdorf
y Bansin. La verdad es que nos sorprendió lo bien cuidados que estaban muchos
de los pequeños hotelitos que pueblan la costa, de finales del XIX y principios
del XX, aunque nos imaginamos que en buena parte eran reconstrucciones, dado los
intensos bombardeos que sufrió la isla durante la Segunda Guerra Mundial. Uno
de sus atractivos fue comprobar cómo este enclave no ha dejado de ser lugar de
asueto, a pesar de los distintos
regímenes que han gobernado la zona, desde la época imperial, pasando por
la República de Weimar, la RDA y la actual Alemania reunificada.
El nido
de las V-1 y V-2
Lanzaderas de V-1 y V-2 en Peenemünde |
Sin embargo, la mayor de las
sorpresas, lo inesperado, surgió al final de la estancia de dos días en la
isla. Para regresar decidimos bordear la costa y salir de ella por el norte, a
través de uno de los puentes que la unen a tierra firme. Siguiendo el curso de
la carretera principal, antes de girar hacia el oeste, un desvío indicaba la
ruta hacia Peenemünde, un
lugar que nunca había oído mencionar. Decidimos aventurarnos por ella y cuál fue
nuestro asombro al hallarnos, al poco tiempo, en el lugar en el que Werner von Braun y otros muchos
científicos experimentaron para crear una de las armas más mortíferas de la
Segunda Guerra Mundial: las llamadas bombas
volantes.
Ante nuestros sorprendidos ojos se levantaban
grandes conjuntos de viviendas,
bastante deterioradas por el paso del tiempo, que a principios de los años 30
del siglo XX construyeron los nazis como
si fueran unas enormes colonias de descanso veraniegas para trabajadores
alemanes. Tras esa apariencia, miles de científicos y obreros, bajo el control
del ejército (Wehrmacht) o de la aviación (Luftwaffe), se dedicaron a la
investigación, ensayo y producción de las terroríficas V-1 y V-2 que, desde 1944 hasta el final de la contienda, sembraron el pánico en Gran Bretaña. Vestigio de aquella época,
aparte de un museo, permanece una
lanzadera con dos de estos precursores de los misiles balísticos.
U-461
Juliett
U-461 anclado en el muelle del puerto de Peenemünde |
Pero para nosotros aun no se habían acabado los descubrimientos. Peenemünde
cuenta con un pequeño puerto que se acondicionó en su momento para acoger
unidades de la marina nazi. En uno de sus muelles se encuentra anclado un impresionante submarino, con la
numeración U-461, una estrella roja,
dos lanzaderas de misiles y un pequeño sumergible de investigación en la proa. Recordando
haber visto algún submarino en la Algameca, en la base naval de Cartagena, éste
me pareció realmente grande y aterrador. Se trata de un submarino de
fabricación soviética, de la clase Juliett, de los años 60 del siglo XX, de los
más grandes de propulsión convencional, con capacidad para el lanzamiento de cabezas nucleares. Todo un peligro.
El
caso es que, tras diversos avatares, hoy en día es uno de los principales
atractivos de Peenemünde. La curiosidad nos pudo y decidimos visitarlo. Tras
pasar casi una hora en su interior de estrechísimos pasillos, escasa
iluminación y milles de metros de cables, cientos de palancas y mandos de todo
tipo, agradecimos volver a respirar aire libre. No me extraña que las
tripulaciones de submarinos sean de las que más problemas psicológicos sufren,
dado que la sensación de claustrofobia
y el permanente contacto físico, debido al angosto espacio del que disponen, debe
ser difícilmente soportable.
Ahora, tras más de un año, me reencuentro con Peenemünde leyendo el segundo
volumen de la última obra de Jacques Tardi, Yo,
René Tardi. Prisionero de Guerra en Stalag II B. 2. Mi regreso a Francia,
publicada en NORMA Editorial. Concretamente en la parte en la que narra el
caótico y recurrente deambular de los prisioneros franceses por la Alemania
nazi, que se desintegra ante el avance imparable de los aliados por los
distintos frentes.
Una vez más se demuestra que lugares o hechos que
carecen de significado para uno, de golpe lo tienen a partir de una casualidad
como ésta: toparte de pronto con la cuna de las V-1 y V-2.