Cuando uno decide acometer esa heroica tarea de poner en orden los innumerables libros que se van acumulando en el estudio, siempre está sujeto al gratificante descubrimiento, o mejor dicho reencuentro, con algún ejemplar que por alguna razón había caído en el olvido o que uno no recordaba tener.
Eso es lo que me acaba de suceder con una de las mejores historietas que he leído en los últimos años, fruto de la maestría de uno de los autores portugueses más importante de los últimos años: José Carlos Fernandes.
El habitual desinterés hispano por casi todo lo portugués, salvo honrosísimas excepciones, se torna en auténtico vacío cuando hablamos de la banda desenhada lusa. Y realmente, en casos como el de José Carlos Fernández, ¡no sabemos bien lo que nos estamos perdiendo!.
El volúmen que he rescatado lleva por título El quiosco de la utopía, y es el primero de los protagonizados por un singular cuarteto de músicos denominado La peor banda del mundo, formada por el saxofonista Sebastián Zorn, de profesión troquelador de sellos; por el teclista Idálio Alzheimer, que es comprobador meterológico; el contrabajo Ignacio Kagel, inspector municipal de mecheros; y el batería Anatole Kopek, criptógrafo de segunda clase.
Alrededor de estos personajes, que se reúnen invariablemente todos los días a las tres de la tarde en los sótanos de una vieja corsetería cerrada hace años, el autor teje un sinfín de microhistorias de dos páginas en las que hace un sublime retrato de la condición humana, que oscila desde la crítica social y política, hasta la instrospección en el problema de la soledad, en el sentimiento de opresión ante un mundo que no nos permite controlar nuestros propios destinos, etc.
Una pequeña maravilla, envuelta en ese aroma de saudade portuguesa a la que contribuye la elección del color sepia de las páginas, y un acertadísimo uso del gris y el negro para la mayoría de los personajes y tonos ocres y sienas para la mayor parte de los fondos y decorados, sean edificios o exteriores.
La ironía que no falta está presente en la denominación de organismos como el Departamento de Criptoacústica del Laboratorio Nacional de Histeria y Psicología de Masas, la Industria Nacional de Liposucción o el Partido Impopular Idiosincrático, acusado de fascista por la izquierda, de trotskista por la derecha, de anarcosindicalista por los trotskistas y de masónico y rosacruciano por aquellos.
En definitiva, como ya he dicho, una deliciosa compilación de historias de dos páginas publicadas en España por DEVIR, cuyos títulos siguientes tampoco dejan lugar a la duda: El Museo Nacional de lo Accesorio y de lo Irrelevante, Las Ruinas de Babel, La Gran Enciclopedia del Conocimiento Obsoleto, El Depósito de las Cartas Devueltas y Los archivos de los eventos prodigiosos y paranormales.
Y todo ello con un montón de referencias literarias y musicales, que el mismo autor reconoce, y que van desde Borges a Resnais, pasando por Prado Coelho, Duke Ellington, Thelonius Monk, John Coltrane, Stan Getz, Art Blakey o Carlos Bica.
Y como botón de muestra,en la historia titulada La irrealidad crónica, el personaje que ve como su nombre desaparece permanentemente de cualquier lista y a quien todo el mundo ignora y se le cuela en cualquier cola no consigue averiguar lo que le pasa hasta que el jefe de la oficina de correos le desvela, confidencialmente, que su problema es que es el producto del sueño de alguien. Y el protagonista, Simeón Lichtenstein, se va sin tener el valor de hacer la pregunta que le baila en la cabeza: ¿Y cuándo despertará la persona que me sueña?.
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