
La primera fue en el verano de 1998, con motivo del viaje institucional del presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, a Cuba y Costa Rica.
En aquella primera ocasión, tras una larguísima espera que ocupamos, entre otras cosas, hablando de historietas y tebeos con el entonces ministro cubano de Cultura, Abel Prieto, el encuentro se produjo en una cena en el Palacio de la Revolución de La Habana que finalizó, si no recuerdo mal, hacia las cinco o las seis de la mañana.
Esa ha sido una de las escasísimas ocasiones en mi vida en las que he tenido la sensación de estar compartiendo tiempo y espacio con La Historia.
La segunda vez que coincidí con Fidel Castro fue unos meses después, los días 19 y 20 de octubre de 1998, cuando de regreso de la Cumbre Iberoamericana de Oporto y antes de que el presidente del Gobierno, José María Aznar, le recibiera en Madrid, pasó por Extremadura.
Esos dos días de arduo trabajo informativo, trufados de mil y una anécdotas que retratan al personaje, concluyeron con la enésima demostración de enorme capacidad de uso de la comunicación que siempre ha tenido Fidel Castro.
Seguido en su visita al Teatro Romano de Mérida por casi un centenar de periodistas de todo el mundo, trasladados muchos desde Oporto para desazón de Aznar, que había promovido una reunión de presidentes de países centroamericanos, y con la noticia recién salida de los teletipos del procesamiento de Pinochet por parte del juez Baltasar Garzón, Castro enseguida vio que el marco le proporcionaba la oportunidad de una rueda de prensa irrepetible.
Y así fue. Tras una comprobación de la magnífica acústica del teatro romano, que encomendó al entonces ministro de exteriores, Roberto Robaina, inició una rueda de prensa de casi dos horas, de pie en la escena y con los periodistas en la orchestra, que daría la vuelta al mundo.Y al final, foto de familia con toda la canallesca, a la que nadie hizo ascos, incluidos los representantes de medios como ABC, La Razón o la COPE, que fueron de los primeros en arrimarse para no quedar fuera del encuadre.