Anoche acudí a la Biblioteca Regional de Extremadura, en la Alcazaba de Badajoz, para asistir al acto de homenaje al poeta, traductor y profesor Ángel Campos Pámpano, prematuramente desaparecido en noviembre del año pasado.
Como dijo uno de los participantes, casi nunca tanta gente se había dado cita en torno a la poesía en esta ciudad.
Mi relación con Ángel Campos fue fugaz, reduciéndose a algunas reuniones en los momentos iniciales de la Asociación Cultural Extremeño Alentejana y algunos encuentros ocasionales con motivo de alguno de los muchos actos relacionados con Portugal a los que he asistido profesionalmente, tanto en Extremadura, como en Lisboa.
Y sin embargo, Ángel es una presencia habitual en mi imaginario a partir de esas extrañas conexiones que a veces uno establece entre las cosas.
Esa conexión tiene en su eje a Lisboa, una de las ciudades más fascinantes que conozco, a la que siempre me gusta regresar y a la que estará siempre asociada la figura de Ángel. Igual que, para mí, lo está uno de mis directores de cine preferidos, el suizo Alain Tanner.
El cineasta suizo rodó en 1982 y estrenó en 1983 En la ciudad blanca, un fascinante ejercicio de interiorización y enamoramiento por Lisboa. Un cine de otra época, poético, con tiempo para los detalles. Un cine que se hermana con la poesía de Ángel, con su propia La ciudad blanca, que también arranca en 1983.
Son pequeños detalles, pero que para mí establecen de forma permanente esa relación triangular: Ángel Campos, Lisboa y Alain Tanner.
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