
Ésta, como otras muchas noticias que diariamente nos sacuden, no hace otra cosa que ratificarme en el estado de decadencia de muchos sectores de una sociedad opulenta (pese a la crisis), que lo tienen todo (porque en muchos casos se lo han dado y lo han heredado), que no están acostumbrados a conocer el esfuerzo y que no saben qué hacer con sus vidas.
Y esto ocurre al mismo tiempo y en el mismo instante en el que para millones de personas en el mundo, y no sólo en los llamados países en desarrollo, la única preocupación diaria que tienen es sobrevivir, tener algo que llevarse a la boca, encontrar un techo bajo el que ampararse o evitar ser asesinados por razones étnicas, religiosas o políticas.
Ya sé que siempre las clases dominantes, los señoritos de cada momento, han dado rienda suelta a sus caprichos para encontrar atractivos al hastío que les producía una vida en la que lo tenían todo y no les motivaba suficientemente nada. Lo malo es que eso siga sucediendo y que cada vez el listón se ponga un poquito más alto. Y tanto da vivir en un país del autodenominado primer mundo, en un país emergente o en un país del tercer o cuarto mundo.
La clave es pertenecer a las élites dominantes, a las clases que poseen el poder económico, político y social, o no.
Y ahí, no nos quepa la menor duda, no existen ni racismos, ni xenofobias.
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