viernes, 10 de diciembre de 2010
Madrid a pie: Madrid con otros ojos
Son muchas las veces que he ido a Madrid, la mayoría por razones de trabajo. La experiencia, salvo momentos puntuales, no había resultado excesivamente satisfactoria: atascos, prisas, estrés, sensación de vorágine y la impresión de estar en una ciudad inhóspita e incómoda.
Sin embargo, como me suele suceder casi siempre, mi percepción sobre la ciudad ha cambiado en cuanto he tenido unos días para conocerla a pie de calle, para caminarla con tranquilidad (relativa, porque el gentío ha sido uno de los pocos puntos incómodos). Con motivo del puente de la Constitución he pasado cuatro días de turismo en Madrid, junto a mi mujer Lourdes y mi hija Silvia. Ha sido una magnífica experiencia, en la que sobre todos nos hemos dedicado a pasear por el centro de la ciudad, en la zona comprendida entre el Palacio Real y Atocha, y hasta el barrio de Salamanca; a dar una pequeña vuelta al mundo gastronómica, comiendo en restaurantes japoneses, italo-argentinos, hindúes, y tomando algunas tapas, callos incluídos, en el bar de Paco Roncero, Estado Puro.
Me han servido estos días para descubrir, o redescubrir, rincones y lugares del Madrid de los Austrias en los que nunca me había fijado con detalle, siempre preocupado por llegar a la hora a una reunión, por coger el próximo metro, o por que no me cerrasen algún establecimiento concreto. Por ejemplo me ha llamado mucho la atención la restauración del Mercado de San Miguel, justo al lado de la Plaza Mayor, aunque no pudiera disfrutar plenamente de su concepto y contenidos debido a la ingente cantidad de público que había.
Como no podía ser menos, también dedicamos un tiempo a la cultura, en este caso a la visita de los museos del Prado y Thyssen, a los que nunca habíamos ido con Silvia.
En este aspecto concreto debo decir que la experiencia ha sido algo agridulce: regular en el Prado y buena en el Thyssen.
En el primer caso llevábamos las entradas compradas por internet, como solemos hacer siempre que vamos de viaje, pero a diferencia de lo que nos ha ocurrido en otros museos europeos como el Louvre o la Galeria de los Uffizi, tuvimos que hacer más de media hora larga de cola para poder canjear la reserva digital por la entrada física y poder acceder al museo. Eso ya nos predispuso negativamente de cara a la visita y, aunque disfrutamos mucho de algunas obras en concreto, como las pinturas negras de Goya, que Silvia tenía mucho interés en ver con detalle porque había hecho un trabajo sobre el pintor aragonés; la sensación que nos llevamos fue un poco caótica y de desorden en la disposición de la colección (aunque igual es una opinión sacrílega desde un punto de vista museístico). Lo que sí nos resultó muy espectacular es la reconstrucción del claustro de los Jerónimos, llevada a cabo por Moneo con motivo de las obras de ampliación del Prado. Sobre todo nos llamó la atención el carácter exento de la misma.
En cuanto al Thyssen, más allá de que no tuvimos que hacer cola de ningún tipo (parecía que todo el mundo estaba en la cola para visitar el Congreso de los Diputados), y de su colección permanente, que ya conocíamos, lo que más nos sorprendió fue el alcance, magnitud y variedad de la colección de Carmen Cervera. Pensábamos que sería una muestra importante, pero ni mucho menos con la cantidad y calidad de obras que la componen, en la que no faltan practicamente ni uno solo de los grandes nombres de la pintura, sobre todo contemporánea.
En fin, que mi punto de vista sobre Madrid ha cambiado de forma sustancial. Tras estos días he dejado de parecerme una ciudad hostil y he conseguido aprehenderla un poco más. Todo será que la semana que viene, cuando vuelva por razones de trabajo, no sepa dónde dejar el coche, me peguen una clavada si lo meto en el parking, me encuentre envuelto en el atasco de todos los días y tenga que comer comida plastificada, vuela a pensar que Madrid me mata.
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