Mientras voy sentado más o menos cómodamente en el tren (estamos a -2º C y la calefacción funciona regular), realizando el trayecto Badajoz-Mérida, pienso en la satisfacción que me produce haber recuperado el gusto por la utilización del transporte público. Buena parte de la culpa, o del mérito, la tiene mi amigo y compañero José María Lama, que me ha demostrado que se puede vivir sin tener carnet de conducir, y no morir en el intento.
La otra parte de la culpa la tiene, en uno de esos momentos en los que uno está mirando las musarañas o pensando en inutilidades, la reflexión hecha sobre el tiempo que he pasado en los últimos años al volante de un coche. Redondeando, en los últimos 23 años he recorrido un millón de kilómetros. ¿Qué representa esa distancia en tiempo? Si calculamos a una velocidad promedio de 90 km/hora (parece uno de aquellos ejercicios de cálculo que nos ponían cuando éramos niños), resulta que he dedicado 463 días íntegros de mi vida a estar al volante, algo más de un año y tres meses.
Cuando pienso en la cantidad de cosas que habría podido hacer en ese tiempo, se me ponen los pocos pelos que tengo como escarpias. ¿Cuántos libros habría podido leer en ese tiempo, cuando aún no teníamos portátiles, smartphones y otros artilugios varios con los que ocupar el camino y extender la jornada laboral a cualquier hora y cualquier lugar?
Bueno, en realidad, y si quiero ser justo conmigo, tampoco ha sido tiempo perdido. En primer lugar porque han sido muchas horas de reflexión, de momentos para pensar y analizar. Eso que ahora tanto nos falta porque estamos operativos en cualquier momento y, en consecuencia, porque siempre estamos en disposición de hacer, en vez de pensar. En segundo lugar porque a lo largo de esas horas, días y meses han sido muchísimas las emociones y sensaciones que he vivido gracias a esa inestimable compañera de viaje que es la radio. Gracias a ella me he consternado con el genocidio de Ruanda, me he entusiasmado o decepcionado con las victorias o derrotas del Barça, he disfrutado con los musicales que José María Pou programaba en "La calle 42", me he indignado con la capacidad de insultar y calumniar de gente que no merece ni ser mencionada, se me ha encogido el corazón con las narraciones del desastre del camping de Biescas,de la riada de Badajoz, del 11-S o del 11-M; he llorado con las últimas palabras en vida de algún montañero exhausto en el Himalaya y he reído con los personajes del "Guiñol" de Canal Plus. Todas estas cosas, y muchas más, me han acompañado a través de la radio durante esos largos períodos de encierro, casi siempre individual, en el interior del coche para hacer, por lo menos, ¡un millón de kilómetros!
1 comentario:
¡Espléndido texto! No le hagas caso al peatón José María Lama. Se disfruta mucho conduciendo. En fin, que todo tiene su encanto.
Un abrazo.
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