Hace pocas fechas mi hija, con
sus 17 años, me decía que le sorprendía mi optimismo y mi confianza en el ser
humano, a la vista de las cosas que están ocurriendo en el mundo. Su
razonamiento, lógico a su edad, me hizo reflexionar una vez más sobre lo que
está aconteciendo en muchos ámbitos de la vida, desde el económico, al
político, pasando por la economía, las relaciones internacionales, la cultura,
etc.
La conclusión a la que llego es que nos están vendiendo un producto
contaminado, pasado de fecha, pero que lo estamos comprando resignadamente,
casi sin atrevernos a levantar un poco la voz para quejarnos, no vaya a ser que
los augurios de que todo puede ir a peor se confirmen. Y, sencillamente,
empiezo a estar harto.
Harto de que nos acogoten, de que pretendan meternos el miedo en el
cuerpo para dejar la vía expedita a los adalides del liberalismo económico y
social, aquellos que piensan que la esencia está en la individualidad y que
quien tiene medios y posibles debe emplearlos en beneficio propio y que los
demás se apañen.
Hastiado de la voracidad de los inversores, ávidos de beneficios (por eso invierten y prestan dinero),
pero que rehúyen el riesgo de la apuesta y pretenden salvaguardarse a costa de
hundir en la miseria a países enteros.
Cansado de que señores encorbatados con sueldos que suman varios
cientos de miles o millones de euros, nos digan que no es posible mantener nuestro
fantástico Estado del Bienestar. Ese que nos garantiza la extraordinaria suma
de 641,40 € como Salario Mínimo Interprofesional. Ya sabemos todos que con esa
cantidad cualquier familia sale adelante pagando vivienda, agua, luz, gas;
además de comer, afrontar gastos como los escolares, vestimenta, transporte,
etc. ¡Todo un lujo, dónde vamos a parar!
Indignado con un sector financiero que se ha lucrado constantemente a
nuestra costa (no es verdad que nos haya
hecho favor alguno, porque todo lo hemos tenido que pagar), y que ahora
aduce dificultades y restringe el crédito. Aunque bien pensado, quizás los pobres tengan razón y las cosas les
estén yendo muy mal. Porque vaya miseria han sido los 4.015 millones de euros
obtenidos por el BBVA en 2011. Y qué decir de la porquería que representan los
5.351 millones de euros logrados por el Banco de Santander, o los 1.291
millones de euros de CaixaBanc (La Caixa).
Ciertamente somos muy injustos pidiéndoles que hagan fluir el crédito para que
familias y pequeñas empresas puedan salir adelante y contar con una liquidez
hoy por hoy inexistente.
Saturado de la campaña en contra de todo lo que tenga que ver con el
sector público, como si ahí estuvieran los grandes males, mientras se prepara
el terreno para ampliar aún más la privatización en sectores como la educación,
la sanidad, los servicios sociales, etc. Todavía me ha de demostrar alguien
que, como norma, es mejor lo privado que lo público. Quizás haya quien se crea
que es mejor esperar 3 meses a obtener cita de un oftalmólogo privado (que cobrará un ojo de la cara), que
esperar el mismo tiempo para una cita en la sanidad pública.
Ahíto de que nos tomen por el pito del sereno (con todos mis respetos al extinto gremio de los serenos) y de que
nos cuenten trolas y nos las traguemos a sabiendas de su falsedad, como que
dejando fuera de juego a Zapatero se solucionaban todos los problemas de este
país, el dinero fluiría, el trabajo afloraría, la economía crecería y todos
estaríamos instalados, como prometió Rajoy, en la ¡felicidad!
Aburrido de que, como siempre, los ciudadanos, los trabajadores,
seamos el chopped (la economía no da para
jamón) del bocadillo y seamos los primeros a los que hay que recortar, en
servicios, en prestaciones, en salarios y en derechos, porque somos unos
manirrotos y así nos va. Y de que los empresarios (algunos, pues hay de todo en la viña del señor) siempre quieran
abaratar el despido y facilitarlo, cuando la realidad cotidiana es que
cualquier empresario sin escrúpulos puede tener atado a un trabajador durante
meses (por no decir más tiempo), sin
abonarle un salario y sin despedirle, condenando a familias enteras a la
precariedad absoluta.
Irritado con el permanente desenfoque en el tema de los impuestos. Sí,
yo quiero pagar (y pago) mis
impuestos. Quiero contribuir con mi aportación a que todos tengamos acceso a
una buena sanidad pública, a una buena educación pública, a unas buenas
infraestructuras públicas, a unos buenos equipamientos y programaciones
culturales, a una cobertura social para aquellos que han tenido menos
posibilidades por múltiples circunstancias, etc. Ahora bien, lo que quiero es
que ese dinero se gestione con eficacia y eficiencia. Y lo que también quiero
es que los que más tienen contribuyan más, pues es la forma de equilibrar la
sociedad. Y que no nos sometan al chantaje de llevarse el dinero fuera si
tienen que pagar más impuestos. Por cierto, el problema de Grecia estaría
resuelto si todo el dinero defraudado fiscalmente por las grandes fortunas y
empresas, no se hubiera evadido y se hubiera reinvertido en beneficio del país
y no de sus propietarios.
Desencantado, al fin, con las derechas conservadoras que siguen haciéndonos
creer que se preocupan por la sociedad, cuando lo que hacen es defender y
proteger sus intereses. Y con las izquierdas progresistas, incapaces de generar
ilusión y nuevas ideas para los que creemos que la sociedad es algo más que una
suma de individualidades aisladas. Además éstas, muchas veces, acaban haciendo
el trabajo sucio a la derecha o allanándole el camino.
Saciado de la inoperancia de las
instituciones internacionales; de la incapacidad para erradicar la violencia en
el mundo, porque entre otras cosas hay que mantener la industria armamentística
y seguir garantizando el mercado del coltán, de los diamantes y de otros
productos estratégicos, aunque los habitantes de los países productores no
obtengan ni las migajas; de la hipocresía mundial, por la que los derechos
humanos y las dictaduras tienen gradaciones en función del volumen de negocio
que pueden propiciar.
Etc., etc.
Y sin embargo creo en la fuerza
de transformación de la gente. Por eso espero
poder ver el momento en el que la capacidad de raciocinio, la educación y la
formación acumulada durante siglos (pese
a los recortes que nos quieren imponer), nos permitan ver más allá de
nuestras cortas narices y entendamos que estamos todos en el mismo barco y que
formamos una sociedad planetaria. Y que no podemos seguir permitiendo que el
enorme beneficio de unos pocos se sustente sobre las enormes penalidades de una
inmensa mayoría.
Dato final: el consumo de
artículos de lujo en el mundo creció en 2011 un 10% y en España el sector de
los vehículos de alta gama subió las ventas en un 83%.
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