Uno de esos momentos en los que se establece un irresistible vínculo emocional entre intérprete y público lo viví anoche en Badajoz, en el espacio al aire libre del auditorio Ricardo Carapeto, con el magnífico concierto que nos ofreció Mariza.
La cantante mozambiqueña, criada en la cuna del fado lisboeta, el barrio de Mouraria, ofreció, a los casi 2.000 espectadores reunidos, un lujo de concierto en el que fue desgranando muchos de los temas de su último trabajo Terra.
Acompañada por un magnífico grupo de músicos, la alta figura de Mariza hizo mucho más que cumplir un compromiso contractual, deleitándonos con la versatilidad de su voz, sus incursiones en la fusión con ritmos étnicos y sus versiones de fados, pese a que algunas de estas hayan causado más de un ataque de nervios a los puristas.
El momento álgido de la noche, con el público puesto en pie y entregado a la artista lusa, llegó en el primero de los bises, cuando Mariza arrancó con uno de sus temas más emblemáticos, Ó gente da minha terra, y caminando pausadamente fue descendiendo del escenario y acercándose a los espectadores sin dejar de cantar. Reconozco que se me hizo un nudo en la boca del estómago y me embargó la emoción. No sabría explicar qué razones justificaban esa sensación, pero el caso es que para mí y para Lourdes, mi mujer, ha sido uno de esos pequeños instantes inolvidables que pasarán a la galería de nuestros recuerdos comunes, al igual que le ocurrió a muchos de los presentes.
1 comentario:
Sin duda, fue magnífica la noche que nos ofreció Mariza en Badajoz. Las sensaciones vividas serán difíciles de olvidar.
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