Hay personajes en el mundo que me producen auténticas náuseas. Uno de ellos es Silvio Berlusconi. El denominado Cavaliere, es un auténtico ejemplo de lo que es un impresentable, por no añadir sus cada vez más evidentes devaneos fascistoides.
Y lo que a muchos sin duda sorprende y llena de estupor es que un individuo de su catadura moral pueda estar, de nuevo, ocupando la presidencia del Gobierno de un país europeo y supuestamente democrático como Italia. Creo que es la peor evidencia del estado de podredumbre que en el que se encuentran algunas de las sociedades más desarrolladas.
Poco puedo añadir a lo mucho que se ha dicho y escrito sobre él. Sólo que nada de lo que pasa es nuevo, ni tan siquiera sorpresivo.
Las primeras referencias directas que tuve de Berlusconi se remontan al otoño del año 1985.
En aquél momento, con el apoyo de la Diputación Provincial de Barcelona, un grupo de gabinetes de prensa municipales, agrupados en torno a la ACIAL (Asociación Catalana de Informadores de la Administración Local), hicimos un viaje a Italia para conocer de cerca el fenómeno de las emisoras locales de radio y de televisión.
Ya entonces se nos habló de los tejemanejes de Don Silvio para cercenar cualquier tipo de competencia en el sector audiovisual y cómo bloqueaba los derechos de emisión de cualquier producción nacional, o extranjera, medianamente interesante. Le importaba más bien poco aprovechar después ese material. El caso es que los demás no tuvieran acceso a él.
A partir de aquél momento Berlusconi ha sido una presencia constante, con sus actitudes groseras y chulescas, sus procesamientos judiciales, sus oscuros negocios, su machismo indisimulado, su utilización para beneficio personal de las estructuras del Estado italiano, su racismo incontestable, su connivencia con un neofascismo rampante y con los más rancios resortes del conservadurismo.
¡Y ahí está, al frente del Gobierno de Italia!. Ya lo decía el bueno de Obelix: ¡Están locos estos romanos!
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