Finalmente esta ha sido la mejor opción, por no decir casi la única (automóvil al margen), para ir a Barcelona con la bicicleta, desde donde Rafa Vallbona me recogería camino de Bagneres de Luchon.
La cosa empezó anoche en la estación de Chamartín. Hacia las 21.45 horas, con el tren ya estacionado en la vía, primer atasco para acceder al vagón. La gente atorada por los estrechos pasillos, mientras intenta colocar su equipaje en los exiguos compartimentos. Si además llevas una bicicleta en su funda y una bolsa llena de todo el material necesario para ir en ella, pues no te cuento.
Cuando ya consigo entrar en el compartimento compruebo que la litera que me toca es la de arriba del todo. Subo a dejar la bolsa y noto un tremendo calor, al que lógicamente no se puede poner coto porque los botones del hipotético aire acondicionado van a su libre albedrío.
Siguiente problema, la bicicleta tiene que caber tumbada debajo de las literas inferiores. ¡No cabe!. Solución, sacar las dos ruedas y mirar de colocarlas de alguna forma en una especie de altillo que hay encima de la puerta. Lo consigo con la ayuda de un amable viajero, con el que esta noche compartiré sudores y traqueteos. Lo que no estoy muy seguro es que ambas ruedas no acaben aterrizando con alevosía y nocturnidad encima de mi amplia y despejada frente.
Al poco de arrancar el tren, decido que mejor armarse de paciencia y pasar la noche estirado intentando descansar. Hay que reconocer que la ropa de cama está limpia, lo que no deja de agradecerse. Al tumbarse, ¡aaaarrrggggghhhhhh!, compruebo que el lecho está ardiendo. Aferrado a mi estoicismo, argumento que probablemente no me había enterado de que el billete incluía un servicio gratuito de sauna.
A partir de ahí la noche pasa sin mayores problemas que los ya descritos. Incluso duermo algunos períodos, gracias a que los compañeros de viaje son gente apacible que no molesta. Alguno, litera intermedia, hasta es capaz de pasar la noche durmiendo, arropado con la sabanita y con una escueta mantita que hay en cada litera: ¡impresionante!, que diría ese genio de las letras que es David Bisbal.
Lo mejor, la puntualidad final del tren, y que a las 8.30 horas ya estaba en Premià de Mar, en casa de mi madre, en una mañana calurosa, aunque con una agradable brisa.
En fin, mejor no pensar en el viaje de regreso la noche del domingo. Espero estar tan cansado de la etapa pirenaica, que pueda abstraerme y descansar.
Una última reflexión: hay que invertir en ferrocarril convencional, no sólo en AVES, y este país no está pensado para moverse de una punta a otra en transporte público con una bicicleta a cuestas.
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