El hecho de ser el único país que ha padecido los efectos directos de la utilización militar de la energía nuclear, con las bombas atómicas lanzadas en 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki, ha tenido una importante impronta sobre la cultura japonesa desde mediados del pasado siglo XX.
Lo nuclear está presente en un doble y contradictorio sentido: por una parte se reflejan los beneficios que aporta al desarrollo de un país sin recursos energéticos naturales suficientes, pero por otra aparece una permanente obsesión por los efectos negativos de la misma, su invisibilidad y su duración en el tiempo.
De algún modo se podría decir que la sociedad japonesa vive atormentada en esa disyuntiva y lo refleja en buena parte de los elementos de su cultura popular.
Por supuesto que los mangas (las historietas japonesas) no son ajenos al fenómeno. Uno de los títulos más emblemáticos y que más impacto causaron en Occidente, tanto en su versión en papel, como su posterior adaptación cinematográfica, fue AKIRA, del maestro Katsuhiro Otomo. La primera página de AKIRA comienza con el siguiente texto: A las 2.17 PM del 6 de diciembre de 1992 un nuevo tipo de bomba explotó en el área metropolitana de Japón. Y ese mundo post-atómico es una constante en muchas de las obras de autores nipones.
También en el terreno de los dibujos animado, por citar sólo dos ejemplos, tenemos a Astroboy, que surge en la década de los 60 y que es un auténtico fenómeno de masas, y Mazinger Z, en la década de los 70 del siglo XX, que alcanzó también una gran popularidad en nuestro país.
Si miramos otros medios de expresión artístico nos podemos encontrar, entre otros, con Godzilla, lagarto mutante creado en 1954.
Y si nos vamos al terreno de la literatura nos encontramos con obras como La lluvia negra, de Masuji Ibuse, llevada al cine en 1989, que describe los efectos de la bomba atómicas de Hiroshima sobre la población japonesa y la marginación a la que los llevó. Otra referencia más reciente la encontramos también en la obra de uno de los autores nipones más apreciados en Occidente, como Haruki Murakami, cuyo inicio de Kafka en la orilla, contiene evidentes referencias a lo nuclear.
Si esto ha sido así desde 1945, cabe pensar que el gravísimo accidente sufrido por la central de Fukushima, que ha vuelto a traer a primer plano el problema no resuelto del peligro nuclear en caso de accidente, volverá a acrecentar, como ya se está viendo, el temor y la obsesión por los efectos de una energía que no destruye la capa de ozono pero que mata de forma invisible durante cientos y miles de años. Y eso, sin duda, seguirá teniendo reflejo en la cultura japonesa.
De algún modo se podría decir que la sociedad japonesa vive atormentada en esa disyuntiva y lo refleja en buena parte de los elementos de su cultura popular.
Por supuesto que los mangas (las historietas japonesas) no son ajenos al fenómeno. Uno de los títulos más emblemáticos y que más impacto causaron en Occidente, tanto en su versión en papel, como su posterior adaptación cinematográfica, fue AKIRA, del maestro Katsuhiro Otomo. La primera página de AKIRA comienza con el siguiente texto: A las 2.17 PM del 6 de diciembre de 1992 un nuevo tipo de bomba explotó en el área metropolitana de Japón. Y ese mundo post-atómico es una constante en muchas de las obras de autores nipones.
También en el terreno de los dibujos animado, por citar sólo dos ejemplos, tenemos a Astroboy, que surge en la década de los 60 y que es un auténtico fenómeno de masas, y Mazinger Z, en la década de los 70 del siglo XX, que alcanzó también una gran popularidad en nuestro país.
Si miramos otros medios de expresión artístico nos podemos encontrar, entre otros, con Godzilla, lagarto mutante creado en 1954.
Y si nos vamos al terreno de la literatura nos encontramos con obras como La lluvia negra, de Masuji Ibuse, llevada al cine en 1989, que describe los efectos de la bomba atómicas de Hiroshima sobre la población japonesa y la marginación a la que los llevó. Otra referencia más reciente la encontramos también en la obra de uno de los autores nipones más apreciados en Occidente, como Haruki Murakami, cuyo inicio de Kafka en la orilla, contiene evidentes referencias a lo nuclear.
Si esto ha sido así desde 1945, cabe pensar que el gravísimo accidente sufrido por la central de Fukushima, que ha vuelto a traer a primer plano el problema no resuelto del peligro nuclear en caso de accidente, volverá a acrecentar, como ya se está viendo, el temor y la obsesión por los efectos de una energía que no destruye la capa de ozono pero que mata de forma invisible durante cientos y miles de años. Y eso, sin duda, seguirá teniendo reflejo en la cultura japonesa.
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